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Ya no se emite la mayoría de aquellos dibujitos divertidos o emocionantes que veíamos de chicos, como por ejemplo: Los castores cascarrabias, Catdog, Rugrats, Arnold y muchos más. Te pone melancólico escuchar a tu hermanito o hermanita preguntar quién fue Gokú o la Vaca y el Pollito, y tener que explicarle que fueron los personajes responsables de tu diversión.
Algunos canales siguen transmitiendo las series de comedias y dibujos de nuestra infancia, solo que lo pasan muy tarde por las noches. Entonces tenés la oportunidad de sentarte para verlas y recordar esos grandes momentos de hace casi una década y confirmar que no pudiste haber pasado mejor tu niñez.
A veces, cuando tu hermanito está mirando la televisión, querés cambiar de programa porque te parece aburrido y suelen darse alguno de estos resultados: uno, vos salís victorioso porque le decís que sos mayor, así que verán lo que vos querés; y el otro es cuando perdés porque él empezó a llorar y tu mamá te reta, se adueña del control remoto ella y coloca de nuevo el dibujo animado de tu hermano, creando en vos un profundo rencor hacia las caricaturas de ahora.
En nuestra infancia existían reglas en cuanto al horario del niño frente al televisor y debíamos respetarlo; primero tenías que hacer tus tareas, después podías jugar con tus amigos en el patio o la calle –si te daban permiso–, y la tele más tarde si querías verla. En cambio, ahora, por lo general ya no se obedecen estas normas, porque la mayoría de los chicos se pasan observando sus episodios favoritos todo el día, olvidándose de socializar con los demás, realizar actividades al aire libre y sus deberes del cole.
Los dibujitos irán cambiando; los clásicos de nuestra época quedarán siempre en el recuerdo y será inevitable que, en alguna reunión con los amigos, comentes con ellos sobre algunos episodios de tus programas predilectos y pasen un buen rato riendo con esas cómicas anécdotas.
Por Aristides Arámbulo (16 años)