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Por Sergio Armoa (19 años)
No todos los emo son iguales, dice Héctor Vargas Cáceres, alias Kazekage. Son personas diferentes, que tienen un concepto pesimista de las cosas, que viven más aislados que los demás y a él, particularmente, siempre le gustó estar solo. El mundo no los comprende y los tilda de “raros”. Como casi todos, sus múltiples problemas derivan de la mala relación con sus padres.
Es emo desde los 15 años. “Paso a paso, comencé vistiéndome de negro y a escuchar música de My Chemical Romance, Bleck Veil Bride, Alesana, Bring me the Horizon... Me empezó a gustar; antes era antisocial también, pero ‘normal’”. Obviamente, eso repercutía en su vida cotidiana. “No me llevaba bien con la mayoría de mis compañeros; siempre estaba aislado de ellos. En un curso de treinta personas, tenía cuatro amigos”. Y si le molestaban, les mandaba al diablo... y se callaban todos.
Poniendo énfasis en que no todos los emo son iguales y que muchos solo aparentan, hay cosas comunes que los identifica. “La ropa, la música, el peinado, el cortarse la piel...”, explica. Afirma que él nunca intentó suicidarse, pero sí se realizó varias cortaduras superficiales. Es una manera de llamar la atención y expresar su dolor con la vida. “Yo no lo hago como una simple moda”, dice.
A veces por la calle le gritan “¡loco!”. No se junta con los emo que van a los shopping a mostrarse.
Con los floggers y los metaleros suele tener conflictos, aunque irónicamente su mejor amigo es un metalero. Que le digan “nde emo plaga” es habitual para él. Ni siquiera su catequista le soportaba y le decía que era un satánico, por lo que ya no va a la iglesia.
“Me gusta estar solo. La gente me parece muy estúpida e ignorante. Yo no espero nada de nadie. Pocas personas me importan, solo soy feliz con mis pocos pero buenos amigos. No siento aprecio por la vida, no tengo objetivos”, concluye, en una sombría despedida.