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Por Graciela Galeano (18 años)
En nuestro país, muy pocos hablan bien el castellano y otros directamente le “bajan” el guaraniete. Ya sea en el interior o en la ciudad se utilizan el sombrero, el cántaro, la pantalla y la hamaca; muchas plantas medicinales tienen el nombre científico en nuestro idioma natal, pero, además de estos materiales y conocimientos, llevamos en la sangre la raza guaraní.
Algunas personas dicen que la garra guaraní nunca existió, argumentando que en épocas pasadas los indígenas no lucharon por sus derechos, porque hoy en día la mayoría de los paraguayos no expresa lo que le molesta, acepta las injusticias y dice sus verdades mbeguehápe. Sin embargo, la historia cuenta que los aborígenes realizaron varias rebeliones, provocando la muerte de miles de los suyos, por lo cual tuvieron que aceptar la paz como medio de subsistencia.
Actualmente, en vez de edificar museos o escribir libros en homenaje a los nativos de nuestra patria, debemos dejar de ser indiferentes a sus necesidades, de acostumbrarnos a verlos por las calles mendigando. Mientras nos limitamos a cerrarles las ventanillas de los vehículos, el Gobierno no da soluciones. Entre expectativas y promesas incumplidas, los aborígenes siguen esperando que alguien les dé una respuesta concreta a la situación que están padeciendo.
Algunas personas sueñan con vivir en Miami o en París y prefieren el inglés antes que el guaraní, porque dicen que es “valle”; otras están orgullosas de sus orígenes y tienen esperanzas en el progreso del país. No por ser paraguayos podemos considerarnos incapaces o ignorantes ni olvidar que debemos defender nuestra identidad nacional, no con flechas y lanzas, sino con verdades, para evitar los abusos de los “poderosos” y hacer valer nuevamente la garra guaraní.