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Estás acostado viendo la tele, cuando llega un mensaje al grupo de WhatsApp de los perros y notás que uno de ellos tiene ganas de meterle al futbolacho. Ahí empiezan a organizar el partido so'o, alquilan el sintético o averiguan si está libre la canchita del barrio y, si no tienen arqueros, invitan a los más gorditos para que defiendan la portería.
En la cancha se hacen los equipos. La regla más sagrada dice: “Los dos que mejor juegan nunca pueden estar en un mismo bando”. Si el terreno en el que se desarrollará el encuentro no posee arcos, se deben “fabricar” a base de piedras, mochilas o zapatillas. Iniciado el partido, empiezan las individualidades del “Messi” del equipo; este hace un par de regates y, al perder el balón, se niega a colaborar en la defensa.
En un partido so'o no existe árbitro, lo que hace del juego un encuentro muy disputado. Nunca está ausente el “trozador” que patea todo lo que tenga huesos y piel. Al cometerse una falta, es la víctima quien debe cobrarla; si no le hacen caso, esta queda retorciéndose o simulando dolor en el piso. Si la infracción es dentro del área, empiezan las discusiones hasta que uno de los jugadores soluciona la situación gritando: “Gol o penal”.
En esta modalidad del fútbol no hay un tiempo límite, a menos que la cancha sea alquilada. Si no es así, y solo juegan en la plaza, el partido se puede prolongar hasta que los protagonistas se cansen o hasta que uno se piche y todo termine en moquete. Otra forma de concluir el juego se da cuando el pelota jára se enoja y lleva el balón a su casa, sin importarle los insultos que le griten.
El partido so'o es algo muy popular en nuestro país. Para jugar, no debés ser tan buen deportista, pero tenés que ser algo letrado para que los perros no te jodan. Con una dosis de fútbol podés pasarla bien con tus amigos; al fin y al cabo, en el “tercer tiempo”, todos son del mismo equipo.
Por Brian Cáceres Verón (17 años)