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Uno se sorprende de cómo las personas se preocupan por el físico, gastan dinerales en la pelu, y parece que no hay nada más importante que tener un maquillaje natural y conquistador. ¿Se imaginan si es que se invertía tanto tiempo y dinero en el estudio o en cosas, un poquito más importantes?
Las señoritas más “inocentes” (para no decir mosquitas muertas), muchas veces, son las más vivas; se ganan casi todo, gracias a su adorable personalidad y conquistan a muchachos al dos por tres, así como los dejan. Ser auténtica es mucho menos rentable que vivir fingiendo ser una blanca paloma, pues así es más fácil encajar y conseguir lo que se quiere.
Las chicas glam, en su mundo de alisados permanentes y make up, conversan con las amigas, y los temas que se ganan protagonismo en sus charlas son: la farándula, los zapatos y las dietas. Pasar al lado del grupo de las fashion mientras “debaten”, puede sacar canas verdes a alguien que piense un chiqui más.
No hay que echarles toda la culpa a ellas, pues son producto de una sociedad superficial que prefiere caritas bonitas antes que cabezas pensantes. Una mujer con todos los chiches: pestañas postizas y buena bijouterie, muchas veces, es más valorada que otra intelectualmente superior. Esto no quiere decir que hay que ser despatarradas, sino que es preciso ordenar las prioridades y tratar de ubicar el cerebro un peldaño más arriba de la pinta.
Es tan absurdo querer ser una más del montón, vestir a la moda o teñirse el cabello, porque todas lo hacen; sin embargo, las chicas insisten en caer en el consumismo y parecen disfrutar de ser un clon de la sociedad. Pero ¿por qué no arriesgarse a ser diferente? Pues al final del día, las personas que rompen el molde son las que sobresalen.
Por Ayelén Díaz (17 años)