No voy a ver una peli porque es paraguaya nomás

“Che, vamos a ver La Chiperita, ¡me dijeron que es resimpática y tierna!”. ¿Quién diría que pasaríamos de Rápido y Furioso a una película nacional? Lo mejor es que no queremos ir a verla solo porque es paraguaya, o por la emoción y curiosidad de encontrar en la cinta a algún conocido que actuó en ella, sino debido a su calidad y buenas referencias.

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Machismo, corrupción, sueños, costumbres y lo ilimitado de la imaginación son todos los elementos que puede contener un material audiovisual. En el país, llevar a cabo ese tipo de emprendimiento era algo poco habitual, pero ahora es renormal optar por una producción nacional al ir al cine con unos amigos o al juntarnos con ellos un domingo por la tarde.

En otros casos, seguramente, solo íbamos a ver las pelis paraguayas por curiosidad y la emoción por saber qué aspectos de la realidad se tocarán. Ahora, no es el hecho de que la producción sea nacional el motivo, sino la calidad y el entretenimiento que uno puede encontrar en la obra.

Los cortometrajes también forman parte del campo audiovisual, y existen autores nacionales que incluso hacen materiales con stopmotion, como Martín Crespo –quien además fotografía escenas que desnudan nuestras costumbres–. Aquel estilo se basa en ir uniendo imágenes en secuencia que luego forman un video y lleva mucho trabajo.

No solo gente como Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori se animan a encender las cámaras, varios aficionados suben sus trabajos sencillos, pero llenos de contenido, a las redes sociales. Bajo el hashtag #UNAnotecalles, por ejemplo, se publicaron muchos videos emocionantes acerca de la movilización estudiantil, que no precisamente se grabaron con materiales de primer mundo.

Así, ese sueño que muchos tienen de ser grandes directores, no está tan lejos como parece. En el país hay demasiado por contar al mundo; el Paraguay es como una joya llena de potencial cinematográfico a explotar, lo que se puede lograr de la mano de unos valientes que se animen a decir: “¡Acción!”.

La cuestión es lanzarse, aunque sea con el cel, a jugar a ser Steven Spielberg o a dirigir Piratas del Caribe. Y, ¿vamos a juntarnos para ver La Chiperita?

Por Ayelén Díaz Chaparro (19 años)

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