No soy Pinocho, pero miento

Más de uno seguramente tiene algún conocido que jura tener más plata que Bill Gates, aunque todos a su alrededor saben que vive una realidad totalmente contraria. Asimismo, quizás tenés amigas que suben fotos que no son suyas, con el fin de ganar la atención de sus seguidores. Aunque parece exagerado, cuando una persona tiene el hábito de mentir, se puede decir que posee un trastorno llamado mitomanía.

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Todos sabemos que la mentira ante la sociedad es un antivalor y en el contexto cristiano está considerado un pecado. Sin embargo, tampoco vas a negar que en más de una ocasión modificaste al menos un poquito la verdad, quizás porque no querías que tu mamá se entere de que fuiste vos quien rompió su plantera; entonces, dijiste que la pelota la chutó tu vecino y que ya tuvo que ir a su casa.

Una vez que la mentira se vuelve un estilo de vida, es considerada un trastorno que lleva por nombre mitomanía. Esta palabra deriva del griego mythos, que significa relato no verídico, y manía, que hace referencia a un deseo extremo. Las personas que sufren este desorden, muchas veces, deforman totalmente la realidad o cuentan una historia más llamativa que la verdadera, como un método de escape para obtener la atención de cierto grupo.

Algunos mitómanos dicen ser exitosos, varios exageran en cuanto a la posesión de bienes económicos y otros hasta suben fotos que no son suyas a las redes sociales, con la intención de ganar la admiración de sus seguidores. También existen personas que actúan como el famoso vyro chusco y tratan de imitar o igualar a quienes consideran de una clase social más alta.

En principio, el que falsea la verdad consigue que todos a su alrededor queden sorprendidos por sus relatos o publicaciones. Sin embargo, una vez que se descubre que su vida es contraria a lo que dice ser, el mitómano pierde la atención e, incluso, la confianza hasta de sus seres queridos y queda como el pastorcito mentiroso o el Pinocho de la historia.

Cuando algo se vuelve un hábito en nuestras vidas es difícil de dejar. El hecho de que familiares y amigos no intenten cortar de raíz el problema facilita que la adicción a mentir crezca aún más. Si conocés a una persona así, no dejes que el círculo vicioso acabe dejándola sola en un laberinto sin salida.Todos sabemos que la mentira ante la sociedad es un antivalor y en el contexto cristiano está considerado un pecado. Sin embargo, tampoco vas a negar que en más de una ocasión modificaste al menos un poquito la verdad, quizás porque no querías que tu mamá se entere de que fuiste vos quien rompió su plantera; entonces, dijiste que la pelota la chutó tu vecino y que ya tuvo que ir a su casa.Una vez que la mentira se vuelve un estilo de vida, es considerada un trastorno que lleva por nombre mitomanía. Esta palabra deriva del griego mythos, que significa relato no verídico, y manía, que hace referencia a un deseo extremo. Las personas que sufren este desorden, muchas veces, deforman totalmente la realidad o cuentan una historia más llamativa que la verdadera, como un método de escape para obtener la atención de cierto grupo.Algunos mitómanos dicen ser exitosos, varios exageran en cuanto a la posesión de bienes económicos y otros hasta suben fotos que no son suyas a las redes sociales, con la intención de ganar la admiración de sus seguidores. También existen personas que actúan como el famoso vyro chusco y tratan de imitar o igualar a quienes consideran de una clase social más alta.En principio, el que falsea la verdad consigue que todos a su alrededor queden sorprendidos por sus relatos o publicaciones. Sin embargo, una vez que se descubre que su vida es contraria a lo que dice ser, el mitómano pierde la atención e, incluso, la confianza hasta de sus seres queridos y queda como el pastorcito mentiroso o el Pinocho de la historia.Cuando algo se vuelve un hábito en nuestras vidas es difícil de dejar. El hecho de que familiares y amigos no intenten cortar de raíz el problema facilita que la adicción a mentir crezca aún más. Si conocés a una persona así, no dejes que el círculo vicioso acabe dejándola sola en un laberinto sin salida.

Por Valeria Candia (18 años)

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