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Todos los días tenemos asuntos que atender, y si hay algo que no nos gusta lo guardamos para después, ya sea por lo difícil que es, porque lleva mucho tiempo realizarlo o, simplemente, optamos por dejarlos en segundo plano. Esto tiene un nombre medio complicado, se llama “procrastinación”, es el hábito de postergar ciertas situaciones que deben ser atendidas y cambiadas por otras que son más agradables o irrelevantes.
Un ejemplo común de este trastorno es que cuando se pone fecha a un examen que va a ser dentro de varias semanas, pensamos: ¿Qué hago? ¿Estudio desde hoy y llego preparado o espero a la noche antes y me mato memorizando el contenido? Aunque parezca que la respuesta es obvia, la mayoría de nosotros hace lo segundo.
Hay varios tipos de procrastinación, como evadir tareas por temor a fracasar en ellas, intentar retrasar una responsabilidad hasta que no haya más remedio que hacerla y, por último, pasar el mayor tiempo pensando en la mejor forma de hacer un trabajo que realizando dicha labor.
Dejar asuntos para último momento tiene consecuencias negativas en las personas que lo realizan. Causa ansiedad cuando se aproximan las fechas de entrega —cuando ni siquiera se empezó a desarrollar el trabajo—, impaciencia y rabia —al no encontrar soluciones— y frustración si es que el trabajo no termina satisfaciendo a sus autores.
Todo mal hábito tiene cura, y en este caso sería organizar bien nuestro tiempo. Concentrarnos primero en lo que es más importante y después en las tareas menores, así evitaremos el estrés y las situaciones complicadas.
Por Mauro Arriola (19 años)