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Allá por 1908, el joven Agustín comenzó a hacerse famoso en nuestra tierra guaraní gracias a las presentaciones que realizaba con su hermano, el poeta Francisco Martín Barrios, quien recitaba sus versos por encima de las alucinantes melodías de la guitarra del futuro músico legendario. En 1910, a Pío Barrios le llegaría la oportunidad de tocar en el exterior por primera vez, en la ciudad de Corrientes. Supuestamente volvería en una semana, pero tardó 12 años.
La Catedral, Madrigal, Las Abejas son solo algunas de las obras maestras que el genio compuso durante aquel tiempo. A su vuelta al Paraguay, se encontró con el país que amaba sangrando por culpa de una guerra civil. A pesar de todo, decidió ponerle pecho a la situación y hacer varias presentaciones. Sin embargo, el Estado terminó dándole la espalda al negarle tocar en el Teatro Municipal, por lo que su último concierto en Asunción fue en la plaza Uruguaya.
En 1925 dejó definitivamente el Paraguay y emprendió su exitosísima carrera musical alrededor del mundo. Bajo el nombre de Nitsuga Mangoré, recorrió desde Río de Janeiro hasta París y Berlín, vestido con atuendos tradicionales indígenas, con los que no solo creaba un personaje que atraía al público con su música, sino también demostraba que siempre estuvo orgulloso de pertenecer a la tierra sin mal sobre la cual los guaraníes habían caminado.
“No temo al pasado, pero no sé si podré soportar el misterio de la noche”, fueron sus últimas palabras aquel triste 7 de agosto de 1944 en El Salvador, donde sufrió un infarto que apagó finalmente su vida. Al día de hoy, cientos de guitarristas alrededor del globo siguen homenajeándolo, desde el guitarrista clásico australiano John Williams, pasando por la gran Berta Rojas y hasta el violero de The Police, Andy Summers. Con sus dedos ellos gritan: ¡Salud, Mangoré!
Por Rubén Montiel (20 años)