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Fede es un muchacho que estudia y trabaja. Ayuda a su madre desde chiquito en la venta de lomitos y otras minutas en un carrito por las noches: “De mañana voy al cole; cuando regreso a casa, ayudo un poco con los deberes del hogar, después veo la tele y cuando llega las cinco empiezo a armar el carrito para comenzar la actividad nocturna”.
Trabaja todos los días; de domingo a jueves, ayuda a su madre de cinco de la tarde a nueve de la noche, pero los viernes y sábados se queda hasta la madrugada, un horario en el que –según él– siempre rondan los ebrios y los accidentes de tránsito: “Los fines de semana suele haber choques de autos y nunca faltan los borrachos”.
Confiesa que atravesó por momentos en los que sintió cierta envidia de aquellos adolescentes que no tienen que trabajar y viven lujosamente, pero que luego pensó y se contestó a sí mismo que lo que él realiza es una gran oportunidad y que está adquiriendo experiencia en el negocio de las comidas: “Te picha, a veces, que algunos jóvenes tengan todo sin hacer nada, pero después pienso que ellos están perdiendo porque yo estoy ganando cancha en el mundo laboral”.
Comenta que su objetivo es estudiar y seguir en el negocio de la comida junto a su madre, pero su sueño principal es poder remplazar el carrito por un local propio, para que de esta manera su mamá pueda cocinar más segura, lejos de todos los riesgos que presentan las avenidas por las noches. “Mi sueño es lograr obtener un salón para mamá porque la calle es muy peligrosa; cualquier auto te puede chocar y hay mucha gente que te quiere causar daño”.
Por Aristides Arámbulo (16 años)