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Por Sergio Armoa (19 años)
Durante milenios, las mujeres vivieron pisoteadas por un machismo imperante en casi todas las culturas del mundo. Sin embargo, desde el siglo pasado, gran parte de esa situación se revirtió, al menos en el denominado “mundo occidental”, gracias a la acción del movimiento feminista, que concedió a las mujeres un lugar más digno en la sociedad, que no estuviera limitado solamente a la crianza de los hijos y a las labores domésticas, además de un acceso limitado a la educación.
Pero muchas mujeres no se contentaron con haber alcanzado la “igualdad” en ciertos aspectos con el hombre; muchas quisieron imponer su visión de las cosas desde una asfixiante perspectiva de género. Basta con observar lo que sucede alrededor para darse cuenta de que una parte del feminismo se ha vuelto muy radical y también bastante desfasado, sobre todo teniendo en cuenta las grandes conquistas logradas por las mujeres en las últimas décadas.
Es verdad que las desigualdades y discriminaciones continúan y que el machismo sigue causando estragos, pero hay ciertas cosas en las que la “igualdad de género” no puede realizarse. Hay que aprender a diferenciar, en el sentido de que hay roles propios de cada sexo y que no pueden intercambiarse. Es una locura pretender llegar a una igualdad total, porque claramente somos diferentes. Claro que las mujeres pueden llegar lejos, pero hoy eso ya no es ninguna novedad.
Hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, la misma dignidad y la misma obligación de respetarnos mutuamente, aunque sin olvidar que por algo existen dos sexos claramente definidos. La igualdad completa no existe, tal cual la publicitan. Y así como se debe erradicar el machismo tradicional en nuestra cultura, también se debería erradicar el feminismo radical tan arbitrario.
Durante milenios, las mujeres vivieron pisoteadas por un machismo imperante en casi todas las culturas del mundo. Sin embargo, desde el siglo pasado, gran parte de esa situación se revirtió, al menos en el denominado “mundo occidental”, gracias a la acción del movimiento feminista, que concedió a las mujeres un lugar más digno en la sociedad, que no estuviera limitado solamente a la crianza de los hijos y a las labores domésticas, además de un acceso limitado a la educación.
Pero muchas mujeres no se contentaron con haber alcanzado la “igualdad” en ciertos aspectos con el hombre; muchas quisieron imponer su visión de las cosas desde una asfixiante perspectiva de género. Basta con observar lo que sucede alrededor para darse cuenta de que una parte del feminismo se ha vuelto muy radical y también bastante desfasado, sobre todo teniendo en cuenta las grandes conquistas logradas por las mujeres en las últimas décadas.
Es verdad que las desigualdades y discriminaciones continúan y que el machismo sigue causando estragos, pero hay ciertas cosas en las que la “igualdad de género” no puede realizarse. Hay que aprender a diferenciar, en el sentido de que hay roles propios de cada sexo y que no pueden intercambiarse. Es una locura pretender llegar a una igualdad total, porque claramente somos diferentes. Claro que las mujeres pueden llegar lejos, pero hoy eso ya no es ninguna novedad.
Hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, la misma dignidad y la misma obligación de respetarnos mutuamente, aunque sin olvidar que por algo existen dos sexos claramente definidos. La igualdad completa no existe, tal cual la publicitan. Y así como se debe erradicar el machismo tradicional en nuestra cultura, también se debería erradicar el feminismo radical tan arbitrario.