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La tecnología es algo maravilloso. Podés conversar “filosóficamente” y, por qué no, sufrir episodios de catarsis con una amiga a cualquier hora, a través de notas de voz. En definitiva, no es un demonio de siete cabezas, sino que las personas se encargan de tomar el codo en vez de la mano.
Es obvio que los estudiantes van a preferir sumergirse en el interesante mundo digital antes que escuchar un aburrido discurso de un profe. El problema no está en el uso de internet, sino en la falta de un entorno físico atrapante y motivador en el colegio. Pues en la red vas a encontrar la misma información que está dando el docente y, quizás, mejor explicada.
Tampoco los perros usan el cel para buscar info todo el tiempo; en la mayoría de los casos, el WhatsApp es el amo y señor. Quizás debido a lo novedoso que es todo este avance, ahora, la fascinación es tan grande; aunque, de todas formas, si sigue creciendo, como es casi seguro, irán surgiendo más aplicaciones y aparatos que nos “absorban”.
Por otro lado, al ver tantas noticias día a día acerca de cómo le va a nuestro país con tan brillantes autoridades, lo último que se supone que ocuparía nuestro ser es la indiferencia; deberíamos tomar las ventajas que tenemos en cuanto a información para hacer algo al respecto.
No podemos haber llegado hasta el punto de hacer videollamadas para retroceder. Las generaciones que nos preceden se rompieron el coco creando todos los aparatos que hoy forman parte de nuestra vida.
Tenemos que decidir si vamos a ahogarnos en la avalancha digital o domarla. La cuestión está en, por lo menos, que los educadores y las autoridades tengan predisposición para afrontarla. De todas formas, es irresponsable echarles la carga solo a ellos, pues nosotros, la generación Z, debemos tomar cartas en el asunto y utilizar la tecnología de forma provechosa, ya que de su uso dependen los resultados, porque, innegablemente, es un arma de doble filo.
Por Ayelén Díaz Chaparro (18 años)