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No existe peor incomodidad que escuchar a los “conquistadores” de la calle expresar su “admiración” con un montón de frases obsenas que, en realidad, están muy lejos de fascinar a una chica. Los halagos hacen bien a quienes los reciben de vez en cuando, pero lo que las mujeres obtenemos de los seudogalanes al transitar en la vía pública, es acoso callejero.
Entonces, todas nos hacemos la misma pregunta: ¿en serio esos seudogalanes piensan que su técnica les va a funcionar? Que alguien les informe que están lejos del camino correcto, puesto que lo único que causan es repugnancia.
El acoso callejero no solo lo sufren las mujeres bonitas y las que visten de forma provocativa, que ni aunque fuere el caso, nadie tiene derecho a faltarles el respeto. Para algunos desadaptados sociales, basta ver una escoba con faldas para lanzar una de sus varias frases que repugnan hasta vomitar. Tampoco es probable que te salves de ellos, aunque deambules tapada desde la punta de los pies hasta la frente.
Tal vez los hombres que acostumbran estas prácticas piensen que sus “inocentes” comentarios tienen el fin de halagar, hacer sentir bien o recordarle a una chica lo bonita que es, pero sus acciones están totalmente fuera de lugar. Nadie necesita expresiones groseras para elevar el autoestima y, por sobre todo, ¿hay algún provecho en silbar y dirigirse vulgarmente hacia una mujer?
Nos acostumbramos al acoso callejero, ya que pensamos que no podemos cambiarlo y que es normal, debido a que la naturaleza del hombre le obliga a expresar libremente lo que “siente”. Esta práctica puede ser desechada y, por más que la Constitución garantice la libertad de expresión, no significa que uno deba decir lo que le venga en mente, siendo descortés e irrespetuoso.
Por Dayhana Agüero (18 años)