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Ante los ojos del joven se abre un nuevo mundo de múltiples posibilidades, en el que deberá valerse de su propio esfuerzo y sacrificio para alcanzar sus metas. El puntapié inicial, en muchos casos, para esta “carrera de vida” es sortear los exámenes de ingreso, que, dependiendo de la profesión, pueden convertirse en temibles obstáculos o en el trampolín para alcanzar el éxito.
En la mayoría de los casos, hacer los cursillos de ingreso es como revivir brevemente los días del colegio, con un repaso general de las materias consideradas más problemáticas. Para muchos es una oportunidad de reaprender varias cosas que habían olvidado durante los años de plácida existencia colegial, esas que solo se memorizaban para los exámenes y que se olvidaban inmediatamente después. Aunque es una ilusión que dura solo algunas semanas o meses.
Para las personas mejor preparadas, los cursillos y exámenes de ingreso son algo así como un desafío que pone a prueba sus habilidades para el estudio. Para los que se pasaron los años anteriores viviendo solo de la joda, se convierten en terribles dolores de cabeza, ya que deben aprender a poner en práctica lo que son la responsabilidad, la dedicación y la concentración. Ya no se puede farrear tanto, ya no se puede perder el tiempo al pedo; hay que empezar a moverse y tomarse en serio el asunto.
Por supuesto que nada está garantizado ni siquiera para los más “bochos”. Se dan, con frecuencia, varios casos de alumnos sobresalientes que no logran superar los exámenes, mientras que otros más regulares o de los que no se espera gran cosa son capaces de dar lo mejor de sí y ganarse un lugar en la universidad. Son sorpresas a veces inesperadas, pero que muestran lo que los jóvenes en realidad desean y cómo lucharán para lograrlo.
Por Sergio Armoa (20 años)