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Cualquiera puede cantar, lastimosamente no hay manera de evitar que todos los que quieran, aunque no les salga bien, lo hagan; el tema es cómo lograr que se den cuenta de que nos están moliendo los oídos, no da gusto ser malo con un amigo, pero siempre hay un límite. Muchas veces es difícil decirle a alguien que está desafinando “de lo lindo”, uno nunca quiere herir los sentimientos de nadie, pero a veces es necesario correr el riesgo.
Los “karaokes pubs” se han multiplicado en los últimos años en varias zonas de Asunción. Estos lugares suelen ser muy publicitados en periódicos capitalinos como opciones para salir de noche, especialmente los fines de semana. A nadie se le ocurre algo tan sencillo como el hecho de que, una persona pasada de tragos que cree que saber cantar, es un peligro mortal.
Una vez que el “vocalista” está deshinibido, amóntema, ya va a ser imposible sacarle el micrófono, seguirá aullando hasta que el tímpano de todos los presentes quede inservible. Lo más insoportable es que el desafinado interpreta como aplausos todos los abucheos y silbidos que recibe, lo cual solo es comprensible en su lenguaje.
Cada vez que vamos a una farra en donde sabemos que habrá karaoke, ya estamos advertidos del tipo de tortura que vamos a sufrir. Lo mejor es preparar, ya antes de salir, el arsenal de tapones de oídos para lograr que nuestro tímpano aguante, si bien parece un poco exagerado, siempre es mejor prevenir que lamentar.
Por Rubén Montiel (19 años)