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El contrabajo es el instrumento más voluminoso de la familia de las cuerdas frotadas; se estima que es una combinación de la viola y el violín, pero a diferencia de estos últimos, tiene un sonido más grave. Su origen se remonta al siglo XVI. También se considera que es el resultado de una larga evolución de la viola de gamba y el violone bajo.
Levy se introdujo en la música a los 14 años gracias a que en Areguá, su ciudad, se abrió una orquesta comunitaria perteneciente al programa “Sonidos de la Tierra”, del maestro Luis Szarán. “Cuando empecé fue porque se necesitaba alguien que se haga cargo del contrabajo. Al principio no me decidía, pero después de un tiempo me gustó mucho más, me encariñé con su sonido y ahora ya no me veo ejecutando otro instrumento dentro de una orquesta”, afirma.
Su padre es un apasionado de la música; su madre, una actriz, pero para él no existe la influencia. “Creo que a nadie podés enseñarle a amar absolutamente nada; ese gusto debe nacer de uno mismo. Estoy seguro de que si mi papá no ejecutaba ningún instrumento, igual habría encontrado esta pasión, en la que me queda mucho camino por recorrer”, expresa.
Según Levy, ser parte de una orquesta o un gran solista no significa todo; uno puede ir aprendiendo nuevas habilidades y, por eso, no debe conformarse. Su meta a largo plazo es viajar y representar al Paraguay en los escenarios más grandes del mundo. “Quiero poder superarme en cada aspecto técnico de la música y viajar gracias a ella por diferentes países”, afirma.
Levy es un joven visionario; su máximo anhelo es que las personas no se queden en el intento y logren cumplir sus metas con perseverancia. “Los sueños no se conquistan con suerte; para conseguirlos hay que poner dedicación, disciplina y paciencia. Nada se construye de un día para otro; un muro se edifica ladrillo sobre ladrillo. La clave es tener fe, insistir en la meta y no rendirse”, finaliza.
Por Joaquín Tande (17 años)