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Un incendio de transformadores es más que una columna de humo que no deja rastro visible al día siguiente; los voceros del Gobierno tratan este tema con tibieza para no despertar la indignación ciudadana. Pero todo lo que se quiere esconder es evidente; de a poco se irán viendo los efectos en la población por la contaminación con compuestos tóxicos, así como ocurrió en el 2004 con los afectados por la explosión de reactores en Acaray, evento ocultado por autoridades de la ANDE.
¿Cómo es que, habiendo antecedentes y advertencias sobre el peligro para la salud del compuesto químico askarel, una institución estatal ignoró una bomba de tiempo: un depósito de transformadores en plena zona urbana? No es un parque infantil; que por suerte contaba con "senderos que sirvieron de cortafuegos", esta situación es producto de la desidia del Gobierno, que alegó “no poseer recursos suficientes” para tratar de manera correcta materiales altamente contaminantes y presuntamente cancerígenos.
Hay que ver si Víctor Romero y sus antecesores deciden vivir cerca de un cementerio de transformadores para comprobar si minimizan el peligro que acarrea amontonar estos equipos de forma insalubre. Saldrá gente que diga: “¿Dónde van a poner los transformadores, entonces?”. Para el efecto están quienes cobran salarios y deben ocuparse de disponer depósitos que no signifiquen peligro para la población. Los gobernantes estaban en pleno conocimiento del desastre que podía ocurrir.
No hace falta mirar al país vecino y protestar por la construcción de una central nuclear que, en caso de que sufra un accidente, pueda afectarnos; el drama también lo tenemos muy cerca, en un depósito improvisado de equipos obsoletos con tóxicos dentro. Que no nos extrañe que salten más casos de intoxicaciones con askarel, además de los 238 que se ya dieron a conocer mediante el Ministerio de Salud. ¿Acaso el Gobierno se responsabilizará íntegramente de las secuelas de su inacción?
Por Daniel Miranda Bareiro (18 años)