Cargando...
Es normal tener una opinión distinta a la de tu mejor amigo; incluso, a veces, le da más color y dinamismo a la relación. Al llegar el momento de poner las cartas sobre la mesa y de que arda Troya, nada es más candente y simpático a la vez que una lluvia de argumentos, sobre todo si se trata de un ateo y un creyente, cuando cada quien intenta convencer al otro de sus ideas.
"Me vas a decir que los animales, las plantas y los planetas no te demuestran que hay alguien que nos creó y que, aparte de eso, nos ama y desea que nos queramos". Esta es la manera en la que el teísta empezará la confrontación, dando razones de la existencia de un ser superior, ya que el perfecto funcionamiento del universo será su mejor arma de convencimiento. "Además, está la Biblia. ¿Quién tendría tanta imaginación para escribirla?". Esto tal vez sea el remate de su argumento.
El ateo, muy fuerte en sus convicciones, no tendrá reparos en responder que de la existencia de una deidad no se tiene ni la más mínima evidencia. Además, le dirá a su amigo que aquello a lo que llama "sagrada escritura" tal vez sea una gran obra literaria, pero no algo suficiente para fundamentar su fe, sin mencionar que para amar al prójimo no se necesita creer en alguien que imponga una moralidad. Como cereza a un pastel, el escéptico cuestionará: si todo debe ser inventado por alguien, ¿quién hizo a Dios?
Se pasarían horas y horas discutiendo del tema, pero como es cansador, el creyente terminaría diciendo que no importa si su amigo inseparable niega la existencia de una deidad, porque al fin y al cabo está orando para que él alguna vez crea. Es probable que, con esto, el irreligioso se de cuenta de que esa es la señal de que su socio está fatigado, al igual que él; entonces, cambiará de tema planeando una salida.
Podría ser insoportable tener un amigo con ideas muy diferentes a las tuyas, pero al mismo tiempo sabés que es con quien pasás momentos de locura y, a pesar de las discrepancias, siempre está a tu lado, lo cual pesa más que cualquier debate.
Por Dayhana Agüero Brítez (18 años)