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Seguramente, alguna vez escuchaste hablar de los mochileros, sobre sus aventuras recorriendo centenares de ciudades, viajando por meses e, inclusive, años. Ellos se encargan de explorar nuevos caminos, acompañados de la emoción de resolver problemas de supervivencia y conocer personas que, quizás, se conviertan en sus mejores amigos, con quienes, al día siguiente, puedan compartir el almuerzo y unas cervezas.
Lo más importante para estos trotamundos es gastar lo menos posible; esa es la ley fundamental. Por lo tanto, no tienen problemas para movilizarse en vagones de trenes, buses públicos o “hacer dedo” al costado de la ruta y así llegar a sus destinos. En cuanto a la hora de dormir, no les importa pasar la noche en un camping viendo las estrellas o descansar en la casa de un desconocido que tuvo la amabilidad de albergarlos.
Algunos dicen que la mochila ya forma parte del cuerpo de estos exploradores, ya que raras veces verás a uno de ellos sin tener una carga en sus espaldas, debido a que todas sus pertenencias se resumen en ese bolso que les sirve para sobrevivir. Asimismo, si algo los caracteriza, es que se conforman solo con lo esencial, pues —como dicen— “las mejores cosas de la vida no son cosas”.
Resultan aún más interesantes las experiencias vividas y el aprendizaje personal que obtienen al final del viaje. Además, muchos mochileros coinciden en que estas aventuras los cambian como seres humanos, pues se vuelven más tolerantes, se despiden de las cosas materiales, valoran más su propia vida y, de paso, conocen nuevos idiomas, costumbres y también culturas, sin gastar tanto dinero.
Asimismo, todos ellos tienen en común el deseo de explorar lugares desconocidos y encontrarse con quien compartir sus aventuras, recorriendo el mundo sin preocupaciones ni responsabilidades. Si pensamos en personas realmente libres, se nos viene a la mente la imagen de un mochilero que recorre montañas y ciudades para disfrutar los años de su vida terrenal plenamente, porque como ellos mismos dicen: “No viajamos para escapar de la vida, sino para que la vida no se nos escape”.
Por Gonzalo Recalde (18 años)