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Con 16 años partió rumbo a Buenos Aires en busca de alcanzar su sueño: ser bailarina. Allí convivió con artistas paraguayos exiliados como Agustín Barboza, Herminio Giménez, Augusto Roa Bastos, entre otros. “Ellos fueron mi escuela, mi universidad”, comenta con cierto aire de añoranza. La Casa Paraguaya de la Cultura era el punto de encuentro de la colectividad artística guaraní en Argentina, en donde celebraban las peñas nocturnas. Reina era una de las bailarinas en esas fiestas de bohemia. Su altivez y coquetería en el escenario atrajeron a empresarios del arte, que le propusieron trabajar en un elenco artístico; ofrecimiento que aceptó. “En todas las presentaciones de las que participé siempre procuré dejar en alto el nombre de Paraguay y de la mujer de esta tierra”, expresa. Así comenzó su travesía por el mundo. Recorrió Sudamérica, gran parte de Europa y Asia, blandiendo –a través de su arte– la bandera nacional. Su carrera no respondía a un guiño del destino, aclara. El plan estaba previamente estudiado. “Me diseñé un proyecto de vida apenas abandoné mi hogar y lo cumplí estrictamente, sin dejarme llevar por los placeres que me tentaron en el camino”, sostiene. A los 33 años de edad, con tres meses de embarazo, ofreció su último espectáculo en Cuba, país del cual quedó enamorada. La salida del elenco no significó su distanciamiento de los escenarios. En 1986 fundó Artepar, una organización dedicada a la difusión de la cultura popular paraguaya a nivel nacional e internacional. Hoy, Reina ya prepara el próximo festival internacional de danza, que se celebrará en 2014.
¿Por qué decidió salir del país? Me enteré que mamá planeaba enviarme a la Casa de El Buen Pastor junto a las monjas, porque decía que era muy traviesa, pero traviesa sarakí. Entonces, fui junto a papá, le comenté lo que sucedía y le informé sobre el propósito de escaparme si es que él no me ayudaba. Me entristecía pensar en el encierro. Yo quería libertad, salir, divertirme.
¿Y consiguió la visa de su padre? Le dije a papá —que trabajaba en la marina— que me acoplaría a la tripulación que saldría del puerto de Asunción rumbo a la Argentina y que allá me quedaría a vivir con una familia de uno de sus camaradas, pero necesitaba de su ayuda para gestionar algunos papeles porque era menor de edad. “Si vos no me ayudás, yo me escapo”, le advertí. Papá lloró. En ese momento comprendió que yo ya no tenía lugar en casa y me brindó su apoyo. Así zarpé con el grupo a Buenos Aires.
¿Cómo fue la relación con su madre? Ella creía que estaba loca porque me gustaba bailar y muchas veces lo hacía hasta sin música; yo solo buscaba ser bailarina, pero a ella no le pareció correcto. No obstante, creo que mi destino ya estaba escrito, solo faltaba cumplirlo. Hoy me siento en paz porque lo logré. Luché, me caí, me levanté y alcancé lo que me propuse. La parte linda que rescato de mamá es que me dejó ser como yo quería ser a pesar de que no le gustaba.
¿Argentina era su puerta al éxito? Sí. En Buenos Aires encontré a gente que me asesoró. Siempre leyendo e informándome llegué a lo que buscaba, pero antes trabajé en muchas áreas: cuidé niños, casas, viejitas; también estudié y por fin bailé. En las peñas aprendí a bailar todo tipo de danzas. No perdí tiempo en amoríos, porque no era lo que buscaba; mi objetivo era otro.
¿Cómo ingresó al elenco internacional de baile? Conocí la Casa Paraguaya de Cultura de Buenos Aires, que es lo máximo para mí. Allí nos encontramos todos los paraguayos. En una de las noches de peña, un empresario me preguntó si podía reunirme con él en la semana para hablar sobre un posible contrato para trabajar en un elenco de bailarines internacionales. Se trataba de uno de los hermanos Garay, conocidos del rubro. Fui a la cita y enseguida firmé el contrato. Preparamos una carpeta de presentación que incluían mis fotos y me prometieron que nadie se metería conmigo. Yo no defraudé a la empresa: bailé, bailé como nunca, lo hice de la mejor manera y fui ampliamente aplaudida. Recorrí toda Sudamérica y el Caribe; entre esos viajes, llegué a mi querida Cuba.
¿Siempre mantuvo el perfil de paraguaya teete? Siempre. Yo sostengo que mi arte y mi persona son lo mismo en cualquier lugar. Puedo estar en una iglesia o en un cabaret, pero soy yo. En toda mi vida busqué comportarme como una auténtica mujer paraguaya: esbelta, elegante, alegre y amable. Yo admiraba profundamente a mi abuela y bisabuela. Me encantaba la forma en que caminaban, coquetas, y las imité. Cuando me presentaban en el escenario y decían “con ustedes, la paraguaya...” yo me envalentonaba. No es por casualidad que yo soy Reina (ríe).
¿Por qué dejó de bailar? Porque me casé. A los 33 años decidí contraer matrimonio civil con un empresario sueco. No creo en la religión. El contrato fue únicamente por darle a mi hijo un documento. Bailé hasta los tres meses de embarazo. La relación duró 20 años, luego la pasión se acabó y nos divorciamos. No voy a vivir con una persona cuando ya no hay amor. La costumbre es nefasta, esa es una de mis leyes. Después de separarnos, él regresó a su país y yo me quedé definitivamente aquí, en paz. Mi última presentación fue en Cuba, mi Cuba querida.
¿Cómo nace Artepar? Fundé la organización el 5 de mayo de 1986, fecha de cumpleaños de Agustín Barboza, padrino de la oenegé. Represento a un organismo internacional llamado IOV (Consejo Internacional de Artes Populares, por sus siglas en inglés) con sede central en Austria y que cuenta con el aval de la Unesco. Con Artepar nosotros difundimos la cultura popular paraguaya por todo el país y el resto del mundo. Participamos en festivales, muestras, conferencias, talleres, etcétera.
¿Cuál es su opinión con respecto a la cultura paraguaya? Me preocupa que la danza tradicional paraguaya se esté convirtiendo en un show. ¿Qué pasó con las tradiciones? ¿Qué pasó con la cultura? Pareciera que el show es lo más llamativo.
¿En qué sentido? Es que utilizan mucha tela de mosquitero y de cortina en la pollera y en el typoi. Eso es muy pomposo. Además lo presentan como vestuario de danza típica paraguaya, y ¡no lo es! Yo estoy al frente de una campaña para enseñarle a la gente cuál es el verdadero vestuario popular de nuestro país. Para ello investigué mucho, tengo unos libros publicados y material audiovisual al respecto. No soy ninguna improvisada.
¿Cuáles son sus planes? Estoy preparando el Festival de Bailes Populares en pareja, tercera edición, que contará con la presencia de diez delegaciones internacionales de diferentes países. Enfocamos la parte popular e indígena de cada nación. La fiesta será totalmente gratuita para el pueblo, porque es cultura, y la cultura es del pueblo. El proyecto lo presento en estos días al Fondec.
Reina vive con su gata y sus tortugas. Su hijo, Andrés, estudia aviación en Suecia, mientras que su nieto, Lucas, se encuentra en Brasil al lado de su madre. La directora de Artepar califica su vida como maravillosa y la disfruta minuto a minuto.
Todo a Pa'i Pukú
A través de Artepar conoció la comunidad de Pa'i Pukú, ubicada en el Chaco, a 156 km de Asunción. “Desde la primera vez que pisé aquel lugar quedé fascinada con el trato que ofrecen a los niños. Les brindan educación, alimento, calor; ellos se divierten, trabajan, aprenden. Para mí, es un colegio modelo”, afirma. El Centro de Formación Integral "María Medianera", más conocido como escuela Pa'i Pukú, acoge a niños y jóvenes de escasos recursos con el fin de brindarles educación, techo y comida mientras dura el periodo lectivo. “Allí, me encuentro conmigo misma. Es una institución autosustentable, cuyas aulas están construidas con karanda'y y palma. Ya decidí: en mi testamento hice constar que le dejo todo a la escuela. En unos años más, me voy a vivir con ellos; inclusive ya tienen preparado un lugar para mí dentro de la comunidad”, comenta emocionada.
Texto || jose.riquelme@abc.com.py