Método Suzuki

Basado en el fundamento de que los niños pueden aprender a ejecutar un instrumento musical de la misma manera en que aprenden a hablar su lengua materna: escuchando, imitando y repitiendo, se creó el método Suzuki, con el cual el talento puede ser forjado.

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La palabra Suzuki proviene del violinista, educador, filósofo y humanista japonés Shinichi Suzuki, quien en la búsqueda de una forma adecuada de enseñanza instrumental dirigida a los más pequeños, basó su enfoque en la hipótesis de que la habilidad musical no es un talento innato, sino una destreza que todos los niños desarrollan. Suzuki descubrió que ellos aprenden a hablar su propia lengua gracias a su capacidad auditiva, lo que le llevó a suponer que si conviven rodeados de sonidos musicales, podrían experimentar la misma similitud con el arte. A su pedagogía la nombró “Educación del talento”, un método tanto de formación como filosofía fundada en el respeto al niño como persona y en el concepto de que la aptitud musical no se hereda, sino se aprende.

Su objetivo no fue preparar a músicos profesionales, sino ayudar a los infantes a desarrollar sus cualidades como seres humanos. “Sus principios consisten en la expresión de que 'todos los niños pueden aprender' y en el llamado 'Triángulo Suzuki', que requiere una participación igualitaria de padres, profesor y estudiante”, comenta el profesor de estimulación temprana David Moreno, quien utiliza este método de enseñanza en el Conservatorio Vivir Música.

Para Moreno, estos tres pilares deben coexistir en armonía, de lo contrario, la didáctica no producirá sus efectos. Lo recomendable es que –los padres– observen el proceso interrumpiendo lo menos posible para evitar así detener el flujo de concentración. Las clases son grupales y duran 45 min. Al respecto, Moreno enfatiza que “en ese tiempo les enseñamos a respetar, valorar los instrumentos, esperar o ceder su turno y saludar respetuosamente a los mayores, mediante un estilo oriental que acostumbramos a hacer con una reverencia. El taller infantil se imparte hasta los ocho años, luego inician la carrera musical, algunos de igual modo continúan conmigo”, agrega Moreno.

El profesor explica, además, que una de las nuevas reglas añadidas es la prohibición del celular, ya que su uso durante las clases demuestra poca importancia a la actividad desempeñada. Es una tarea difícil de lograr, pero es también un ejemplo que los padres deben implementar para producir buenos frutos. Una de las famosas frases de Shinichi dice: “El destino de un niño está en las manos de sus padres”.

Esta metodología aporta beneficios que se adquieren de por vida, como un oído sensible a la buena música, que denota un cerebro bien desarrollado y cuidadosamente tratado. Una educación músico-instrumental que desarrolla el sentido del ritmo, lo que incide en la formación física y motora, facilitándoles un mejor sentido del equilibrio, motricidad y lateralidad. Demuestran una evolución muy rápida, sobre todo, cuando son más chiquitos; su pequeño cerebro en desarrollo es una esponja que absorbe todo tipo de información sensitiva. Captan el ritmo inmediatamente, fruto de los nueve meses dentro del vientre materno escuchando los latidos del corazón como si fuesen dos tambores en una orquesta. La afinación y melodía son también mejores porque no tienen aún la cabeza llena de cálculos matemáticos. No existen los nervios o la vergüenza, tampoco una edad determinada para introducirse al mundo musical. “Como me dijo una vez un profesor: 'Hay tanta música que podrías tocar una partitura por día y acabarías sin haberla terminado el 1 %. Soy un fiel creyente de que todos los niños, por más calmados o impacientes que sean, pueden aprender sin mucha dificultad”, finaliza Moreno.

Dinámica

Dentro de un marco de mucho cariño, respeto, espontaneidad y firmeza, el niño y el profesor hacen una reverencia al principio y final de la clase. Luego se practican las lecciones aprendidas en las últimas clases y para despejar la mente –que no mantiene más de cinco minutos de concentración continua–, cantamos y trabajamos la afinación, el juego, los números, las letras, los animales y hasta cualquier secreto que el niño quiera comentar. “En el libro Hacia la música por amor, él cuenta muchas anécdotas. Afortunadamente, tengo la bendición de trabajar con niños con déficit de atención, síndrome de Down, hiperactividad y autismo, y pude corroborar que todos los pequeños pueden aprender a su manera y tiempo, el resto es una simple barrera social”, explica el profesor David Moreno.

dbattilana@abc.com.py

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