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Dos personas fueron fundamentales en la vida de Noelia Quintana Villasboa para que comenzara a interesarse en los libros. Huérfana de padre desde muy pequeña, fue su abuelo Orlando quien le inculcó el amor por la lectura. Más adelante, de la mano del padre Alonso de las Heras, un gran investigador, conoció el archivo del Arzobispado. “Él me regaló un facsimilar del primer diario, Ecos del Paraguay, de 1855”, recuerda.
Y fue ese ambiente con olor a archivos y conversaciones filosóficas el que signó su destino de historiadora. Con los años, ya en el colegio, la facultad o como docente, percibió la necesidad de una investigación de nuestra historia, llena de mitos y leyendas que desmitificar. “Es muy maniqueísta: francista o antifrancista, lopista o antilopista”, explica Quintana, licenciada en Historia, investigadora y docente, de 39 años y madre de dos hijas: Mía Luján (13) –quien el año pasado lanzó también su primer libro– y Florencia Betharram (12).
Por lo tanto, la historia en sí, objetiva, científica y con su método no se ve dentro de ese bosque de amores y odios, por lo cual consideró importante hacer una revisión. “Y eso fue lo que hice”, comenta. Le tomó tres años de investigación visibilizar el papel de la mujer en la Guerra de la Triple Alianza, en la cual la mayoría de los protagonistas conocidos son masculinos.
Afirma que desde la época precolombina se sabe muy poco acerca de la actuación de la mujer, así como en el periodo de la independencia y más adelante, también. Pero si se revisan los documentos históricos de las diferentes épocas, se observa que no solamente el hombre hizo y deshizo las cosas en nuestra historia. “Hubo un rol femenino protagónico oculto y en eso tiene mucho que ver lo que es el pensamiento occidental”.
Añade que aunque la mujer siempre estuvo en el ámbito privado o doméstico, sin mucha visualización, una de las grandes demostraciones de su participación en nuestra historia se dio durante la Guerra de la Triple Alianza. Resalta que, normalmente, cuando se habla de la Residenta reconstructora, al colectivo, en general, le viene la imagen de esa mujer de posguerra que tiene que reconstruir un país en ruinas, pero se olvidan de que también vivió y sufrió la guerra. “Entonces, mi curiosidad como investigadora fue qué hizo la mujer en esos cinco años y pude dar una respuesta a ese planteamiento con este libro”.
Asegura que uno de los principales motivos del quiebre de nuestra historia fue la apropiación de Brasil de nuestro patrimonio material histórico con el que se podría hacer un estudio antropológico y documental para tratar de llenar los vacíos. “Los historiadores paraguayos no podemos llegar a los archivos de Brasil ni de Argentina, en los cuales yo, supongo, hay muchas respuestas que nosotros necesitamos conocer”.
Para Quintana, el tema del expansionismo viene de la época de la colonia. No fue una locura de López y esto explotó en 1864 hasta 1870. “Y yo me pregunté qué hizo la mujer ahí”, señala. ¡La encontró y a muchas! Primero, a una mujer con rango militar: Ana Bella Cáceres, oriunda de San José de los Arroyos, quien acompañó a su hijo, Patricio Escobar –héroe de Ypecuá, quien luego fue presidente de la República de 1886 a 1890–, al campamento de Cerro León, para ser entrenado e ir directamente al frente de batalla.
Sus hijos Andrés, Adelina y Andresa habían ido también con ella. Como no había forma de que ella abandonara el campamento, López la nombró teniente de lanceros. “Nombrada por decreto y eso cuenta en el libro”, expresa. En esa época, la concurrencia física de la mujer en la guerra todavía no era necesaria.
Quintana considera que siempre es bueno hablar de historia. Tanto que en este material expone documentos desconocidos, del inicio de la guerra, el protocolo secreto de 1857, sobre la planificación de la política externa de Brasil y Argentina. “Es un protocolo binacional. En esa época, el presidente de la República era Carlos Antonio López. Ya estaba planificada la guerra contra el Paraguay y se cumplió tal cual. Yo lo transcribo in extenso. La guerra era inevitable”.
Otro de los documentos que presenta para darle el contexto de guerra a la obra antes de entrar a escarbar el rol de la mujer en la conflagración es el análisis del jurista argentino Juan Bautista Alberdi sobre ese tratado secreto. “Esta guerra, además de sacarle cosas materiales, también afectó la autoestima del paraguayo. Explico por qué la mujer va detrás de López, donde no había ni comida, pero sí muchas incomodidades. Era más fácil retraerse. ¿Por qué la mujer paraguaya no hizo eso?, ¿por qué busca un escenario tan difícil?”.
Quintana espera que este sea un libro que explique parte de nuestra historia, dado que es una obra sostenida por documentaciones. “No hay nada especulativo ni inventado. Cito mis fuentes. Se tiene tendencia a ficcionar, pero mi objetivo como investigadora es aclarar el agua turbia que tenemos en nuestra historia para poder tener una mirada mejor de nuestro pasado, y así poder entender nuestro presente y construir mejor nuestro futuro”.
Las joyas
Respecto a la celebración del Día de la Mujer Paraguaya, el 24 de febrero, Quintana señala que la gente cree que es por el tema de la entrega de las joyas. “Realmente –reflexiona– ese era un tema cultural en nuestro país. Esto se repitió en el Chaco y ya tuvo su antecedente en 1811, cuando los bandeirantes querían ocupar nuestros fuertes, como Olimpo. Ya entonces las señoras donaban sus joyas más bien como un gesto”.
Afirma que no existe un documento que reconozca que las mujeres fueron obligadas a entregar sus joyas. “Por eso en el libro cito nombre, apellido de la mujer y lugar de residencia. Por ejemplo, Asunción, Catedral, y el nombre de las mujeres que donaron sus joyas, pero no qué pieza. Porque lo que me interesa es que hubo quienes participaron a nivel país de esto, no qué donaron. ¿Qué las motivó? Eso no lo sé. Solo lo que dicen los documentos”.
Destaca que lo importante del 24 de febrero de 1867 es que la mujer sale del ámbito privado, toma un protagonismo, alza la voz y emite juicios políticos, además de ser la primera asamblea femenina. “Si nos remitimos a sus discursos, nos encontramos con mujeres duras, que piden justicia por la sangre que sus esposos, hijos, hermanos y padres están derramando. No son palabras románticas, sino de acción”.
Encontró 21.000 nombres y están citados uno a uno, alfabéticamente, en el libro. Sostiene que esta obra puede servir como un referente para que los pueblos de nuestro país visualicen en memoria a estas mujeres. Sugiere que se podría hacer un monolito con el nombre de ellas en una plaza, para recordarlas y no perder nuestra identidad. También puede ser la base de estudios de los apellidos en Paraguay y muchas otras cosas más. “Es una manera de facilitarle, también, al investigador una base de datos”.
Las mujeres de López
En relación con Francisco S. López, la historiadora señala que hay mucha novela respecto a sus mujeres, Pancha Garmendia, Juana Pesoa y Elisa Lynch. “Pancha fue un amor de adolescencia. Era huérfana y vivía en la casa de la familia Barrios, cerca del cuartel. Ella tenía 15 años y Francisco, 18. Él pasaba por la casa de ella y se miraban. No pasó de ahí. Y ya en plena guerra era muy difícil imaginar que ella en su juventud le había dicho que no”.
En cuanto a la buena relación entre Elisa y Juana, se pregunta, ¿por qué son tan cercanas si son rivales? “Juana sí tuvo hijos con López, y Elisa cuidó a Rosita, hija de Juana y Francisco. Y el que cuidó a Elisa en Europa fue Emiliano, hijo de Juana y Francisco, quien vivía entre EE. UU., Inglaterra y Francia. “Hasta encontré una carta del sobrino de Pancha del porqué ella fue lanceada. En esa época, la traición a la patria tenía pena de muerte y no se salvaba nadie”.
Las Residentas
Otro de los cuestionamientos de la investigadora era el origen de la palabra residenta, porque en la época no se las llamaba así. Descubrió que proviene de la literatura en la posguerra y no de la historia. “El primero que utilizó la palabra fue un poeta concepcionero, Daniel Giménez, quien describía a la residenta como la mujer que regresaba a su terruño. También encontré un monólogo a las residentas, de Alejandro Guanes”.
Fotos: Claudio Ocampo