La vida por bulerías

La bailaora paraguaya de reconocido nivel reside actualmente en Brasil y lleva años forjándose camino en este arte sublime. En España bailó y brilló en tablaos andaluces. Mamá y esposa también, se declara en evolución de plenitud y felicidad.

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El mismísimo Paco de Lucía, después de verla bailar, le dedicó un “¡Ole Paraguay!”. Perlita (31) sí que ha hecho camino al bailar. En su familia todos aman el arte; sus dos hermanos son músicos y sus dos hermanas también bailan flamenco. Nada extraño. Su mamá, Miriam Miers, tiene una escuela de baile desde hace 49 años. “Y mi papá es químico, pero un enamorado de la música; toca un poco la guitarra”, completa Miriam. Con esta herencia, ya siendo profesora de danzas, la joven partió hace 12 años de su Asunción natal a Curitiba porque se casó con el tocaor brasileño Jony Gonçalves, de su misma edad. Hoy son felices padres de Vinicius (5). En Curitiba dirigen el Instituto Flamenco. Es un lujo –que merece ser mucho más divulgado– para nuestro país que alguien del nivel de Perlita venga cada año a Asunción para dar clases y bailar. El perfeccionismo que exige el flamenco la llevó a lejanas tierras como Japón y España. En su haber guarda primeros premios y coreografías de espectáculos que dirigió a nivel internacional. A pesar de los halagos que cosecha su apasionada fuerza de bailaora, confiesa: “Hace cinco años dejé de querer ser famosa; me di cuenta de que mi misión era más profunda: hacer que las personas, a través del flamenco, conozcan su interior e incluso sanen de alguna enfermedad. Hoy lo abrazo espiritualmente, busco un bien mayor”.

¿Cómo te fue este año en España? Estuve todo el mes de marzo. Fui a tomar clases y participar del Festival Flamenco de Jerez, donde pude ver espectáculos de grandes artistas como El Grilo, Manuel Liñán, Marcos Flores, Remedios Amaya y Dorantes, entre otros. Luego fui a Madrid, tomé clases en la escuela Amor de Dios y trabajé una semana en el tablao Las Carboneras.

Qué logro, una paraguaya en un tablao. Soy muy agradecida con mi maestra, Tacha Gonzales, porque me da la oportunidad de trabajar en su tablao, confía en mi trabajo a pesar de que no soy española, mucho menos gitana. Bailaba dos veces por día.

No debe ser fácil con un público esperando lo mejor. Ahí es donde realmente se aprende, porque uno se sube sin previo ensayo, nadie sabe lo que va a pasar; eso hace que cada baile sea mágico y único. Ahí arriba siento que vale la pena cada gota de sudor, cada lágrima, cada sonrisa que le dedico al flamenco.

Con ese pelo negro ensortijado te deben creer brasileña. Ja, ja, sí, en Brasil me dicen Gal Costa. Yo siempre cuento que soy paraguaya. El pelo lo llevo suelto porque me da seguridad y suerte. En el Festival de Jerez, la cantaora Remedios Amaya me dijo: “Tú con ese pelo debes bailar muy bien. Báilame”. Y le bailé mientras ella me cantaba.

Estuviste, por supuesto, en Sevilla. ¡Mi amada Sevilla!, ¡encanto flamenco por doquier! Tomé clases con Farruquito, El Torombo y con el flamencólogo Juan Vergillos. Fui a muchísimas peñas y tablaos, y me llené de esa energía tan fuerte que tiene el flamenco.

¿Qué sentiste cerca de esas personalidades? A todos los admiré desde niña y me parecía muy lejano poder conocerlos, pero el sueño se cumplió. Cada uno me dejó algo especial para mi baile, mi forma de enseñar y de comprender este arte.

¿Qué don te gustaría tener y por cuál agredecés? Puedo decir que soy una cantaora frustrada. Y me siento privilegiada por tener el don de transmitir, de tocar el corazón de las personas; amo bailar, pero también enseñar, hacer sentir bien a la gente con lo que hace y de la manera en que lo hace.

Tenés una foto con Paco de Lucía, ¿cómo fue ese encuentro? Todo lo que te pueda decir de él es poco, es un genio. Tuve la suerte de conocerlo tres meses antes de su partida, fue a vernos actuar en el Tablao Flamenco de Porto Alegre. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi carrera. Al final del show me acerqué a saludarlo, me dio un fuerte abrazo y me susurró un “¡Ole Paraguay!” que jamás olvidaré.

Viviendo el flamenco en otros países, ¿cómo lo ves en el nuestro? Hay un nivel tremendo técnicamente. Las chicas tienen una base de ballet clásico y eso les facilita mucho aprender cualquier tipo de baile. Pero les falta soltarse más, entregarse. Por otro lado, falta ambiente, con esto quiero decir más músicos de los que ya existen, más tablaos, más juergas; porque en ese tipo de encuentros, viviendo y compartiendo es como se aprende de verdad. Existe un tablao en Asunción que se llama A Palo Seco, sé que también hay peñas y otros eventos, todo eso me pone inmensamente feliz porque el arte se expande.

¿Cambiarías ese rigor académico si pudieras? Sí, yo haría un flamenco donde no se den títulos, tal como hago aquí en Brasil a curso lleno. La satisfacción, “el diploma” es la libertad. En mi experiencia se necesitan tres cosas para enseñar: responsabilidad, humildad y amor.

¿Hay que ser gitano para ser flamenco? Al norte de España casi no hay flamenco, es del sur, de Madrid, de Barcelona. Pero hoy el flamenco llegó a casi todos los países y a millones de personas. Claro, la forma de sentir y vivir de los gitanos es diferente y no se puede negar; ellos nacen escuchando a su madre cantarles una nana (canción de cuna), juegan cantando y bailando, hasta la forma de hablar es flamenca. Pero para mí cualquier persona que respete y sea aficionada al flamenco es flamenca, aunque no baile, no toque ni cante.

¿Qué ritmo te gusta bailar más o te identifica? Me gustan muchos, pero especialmente las bulerías.

¿Cómo te llevás con tu cuerpo? Siempre me sentí bien con mi físico. El flamenco es tan libre que no existe un tipo de cuerpo para poder bailarlo.

¿Cuál es el rol de la mujer en el flamenco? Mantener la sensualidad y la belleza femeninas, aunque vayamos adquiriendo técnicas que antes eran más de hombres.

¿Qué te deja interiormente el baile? ¡Tantas cosas! Dentro de cada uno de nosotros existe algo bello para dar; aprendí que para bailar flamenco hay que mostrar nuestra verdad, la de nadie más. Por más que admiremos a nuestros maestros, ellos están para guiarnos, para inspirarnos a encontrar nuestra forma de sentir. Este arte, si se comparte, une y sana. Aprendí a luchar por lo que quiero sin pasar por encima de nadie. Aprendí que del dolor siempre sale algo mucho más fuerte y valioso.

¿Como artista sentiste envidia alguna vez? Muchas veces, de la buena.

¿Qué frase te ayuda a renacer después de un día complicado? “Cien reyes me preguntaron/dónde se encuentra el amor/El amor no es de este mundo/El amor viene de Dios/El amor es una fiesta/donde baila el corazón…”, es del Camarón de la Isla.

Con más de una década fuera de su país, Perlita no olvida a su gente. Socialmente le preocupan los niños: “La última vez que fui estaban todos con sus celulares. Me duele que ya no jueguen a cosas más humanas, que no se comuniquen. Así se puede perder arte y talento”.

Rasgos

Miriam empezó a estudiar danza a los 5 años y flamenco, a los 16. Se siente mitad paraguaya, mitad brasileña y también un poco española. Vive con su familia en un departamento pequeño y acogedor. Le gusta leer y tiene una biblioteca “bien flamenca”. Como mamá es cariñosa y protectora. Cocinar no es su fuerte, pero sabe lo básico. “Con mi marido compartimos las tareas del hogar sin problema, siempre hubo mucha compatibilidad”, dice. Le gusta reír y estar con amigos, pero también se considera llorona: “Lloro sin vergüenza. Lloro por tener que dejar lugares y gente a la que quiero. Me pasó el año pasado en México, con Mercedes Amaya (sobrina de Carmen Amaya), con quien hice una hermosa amistad”.

Texto || lperalta@abc.com.py

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