La obsesión de Osvaldo

Nació en Asunción, en 1952. Reconocido artista plástico, museógrafo, promotor cultural y curador. En la actualidad, se desempeña como director del Museo del Barro. Para la muestra El Retorno es el encargado de la producción y la expografía.

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El viernes 26 de julio, se inauguró en el Museo del Barro la exposición de las piezas de arte sacro que habían sido robadas a comienzos del año pasado y que fueron recuperadas casi en su totalidad a fines del 2012. De la producción y la expografía de la muestra El retorno, caminos de un acervo cultural se encarga Salerno, un hombre aplicado en la materia, quien piensa en ella constantemente y no se dispersa. Después de terminar la carrera de Arquitectura, se dedicó enteramente al oficio creador. A finales de la década del 70 se adentró en la gestión cultural y, durante esos años, participó junto con Ysanne Gayet y Carlos Colombino en la fundación del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro. Preocupado por cómo presentar el objeto de arte, Salerno cuida hasta el más mínimo detalle de la ubicación, el espacio, la luz, y otros aspectos que hacen que la muestra cuente una historia y transmita un mensaje. En el 2008 tuvo la oportunidad de viajar a Chile para realizar un trabajo de museografía en la trienal del país andino. Su labor incasable se expande por todo el país. Además de dirigir el Museo del Barro, trabaja en la Galería Fábrica, donde realiza exposiciones de sus obras como de otros autores, fomentando la valoración hacia las piezas artísticas.

¿De qué trata la exposición El retorno? Fundamentalmente, más que una muestra de arte religioso —de imaginería misionera—, es una celebración de un retorno de piezas que fueron sustraídas a comienzos del año 2012 y que fueron recuperadas a comienzos de diciembre de ese mismo año. Se trata de mostrar a la gente una colección privada, mejor dicho, la mitad de una colección privada, perteneciente al Arq. Ramón Duarte Burró.

¿Hasta cuándo estará en exhibición? Hasta mediados de agosto. Luego volverá junto a su dueño. Lo importante de esta muestra es que cualquiera puede verla; lo que después sería muy difícil.

¿La exposición es en memoria a Carlos Colombino? Sí, ya que con él concebimos esta idea. El día en que se recuperaron las piezas vino junto a nosotros el Arq. Burró, quien es un usuario del museo, justo en el día en que se inauguraron dos muestras, la de Colombino sobre Curuguaty y la de Gloria Velilla. El arquitecto, muy contento por la noticia, nos ofreció brindar por la recuperación del acervo. Y fue entonces que, conversando con Colombino, le planteamos la idea de una exposición; él se entusiasmo enseguida. Es por eso que, tras su inesperada partida, decidimos dedicarle esta muestra a Carlos.

¿Cómo incursionó en el mundo artístico? Tengo como dos vertientes de responsabilidad. Por un lado, como artista creador a fines de los años 70 y, por el otro, como gestor cultural hacia finales de los 70.

¿Cuáles eran sus pasatiempos de juventud? A mí me gustaba mucho la música. Cuando niño estudié música, pero luego la dejé por una decisión que tomamos con mi familia. Evidentemente, mi interés apuntaba hacia lo cultural. Entonces, empecé a leer y a formarme de manera autodidacta. Ya sabía que iba a estudiar Arquitectura, porque era la disciplina más cercana al arte con la que me sentía identificado. Esta carrera fue la que me dio una visión más clara para trabajar las artes visuales. En aquel momento, ningún instituto tenía una formación a nivel terciario en artes visuales, lo que hoy ya existe.

Muchos artistas de su época pasaron por la Facultad de Arquitectura. ¿Es por la vinculación que tiene con las artes? Hay una vinculación con un asunto creativo, espacial. En el caso de Paraguay, hay muchos artistas que pasaron por la Facultad de Arquitectura, por citarte algunos: Jenaro Pindú, Félix Toranzos, Ricardo Migliorisi, Carlos Colombino, entre otros. La facultad provenía en aquel momento de la línea de Montevideo, que tenía en su currículum una buena base de formación humanística. Es así que estaba cercana a la práctica. Uno tenía conocimiento de los materiales y del funcionamiento del sistema constructivo. Por otra parte, había –y supongo que sigue habiendo– mucho contacto con las artes, con la estética, con la sociología, con la historia de la arquitectura. Entonces, te diría que aquella facultad nos daba una serie de instrumentos que nos hacía acceder a problemáticas del siglo XX. En ese entonces ya se estudiaba el nacimiento del arte moderno, lo que no te ofrecía otra carrera. En esos años, la Escuela Nacional de Bellas Artes estaba estructurada con un pensamiento muy académico y muy anterior; en ese sentido, la facultad nos ubicaba en lo que en ese momento era el arte moderno.

Durante la dictadura despertaba el espíritu artístico. ¿Hoy también sigue despertándose? Sí, pero con otras problemáticas. Generalmente, el arte suele expresar el momento que está viviendo, la experiencia de vida, porque de lo contrario el arte no es la verdad. Esta disciplina es la verdad sobre la vida, expresión de lo que va sucediendo. Entonces, el artista es como un monitor que está alerta al movimiento de la época y lo que hace, en general, es expresar lo que la historia va marcando. La experiencia de la dictadura no se terminó en 1989, tuvimos altibajos. En 1989 cayó Alfredo Stroessner en particular, pero el stronismo sigue en nuestros días. Hay todavía filones de contenidos stronistas en nuestra realidad social.

¿Cuál es la situación del arte en nuestro país? Quizá haya un mercado que ha banalizado mucho la producción artística. Hay un “bienestar económico” de una pequeña franja de personas que invierte en edificios, autos caros, ese tipo de cosas, que no tiene formación del gusto. Es por eso que no podemos hablar hoy en día de coleccionistas de arte, sino de compradores de obras artísticas. El pensamiento actual con respecto a la pieza artística es si combina o no con el mobiliario. En efecto, se convierten en subalternas, que están ahí dependiendo de si sirvan o no para la decoración. En realidad, no son obras de arte. El arte en sí se preocupa por movilizar masas, romper cosas, abrir mundos, desestabilizar. Lo otro es una obra decorativa, y ese tipo de arte es lo que más se consume.

¿Qué hace cuando no está inmerso en el mundo artístico? Pienso en el arte. Cuando estoy fuera, pienso en él. Siempre estoy obsesionado con la creación y también por establecer condiciones para llevar adelante proyectos.

¿Cuáles son sus proyectos? Este año me tocó vivir experiencias muy duras con la partida de mi amigo Colombino. En este momento ya estamos trabajando en el inventario y la conservación de buena parte de arte moderno sobre papel del museo, que son como 3000 a 4000 piezas. Esa es una tarea que nos llevará mucho tiempo. También tenía previsto realizar una exposición de mis obras en Guatemala este mes, pero se canceló. Espero retomar otra vez conforme esté ordenando la estantería del alma y del día a día.

Salerno exhorta a las personas a que crean en que lo que emprendan y hagan, y más si están confiados en llevarlo a cabo de la mejor manera. Para él, tirarse al agua sin saber nadar es necesario, ya que si uno tiene claro el objetivo, terminará nadando.

La obsesión

Salerno se considera un artista obsesionado y que esa forma de ser lo llevó por una buena senda, de lucha constante y ansiados triunfos. “Soy un obsesionado,” dice y hace una pausa por un breve tiempo. Fija su mirada en un punto incierto del espacio y agrega: “De momentos eso me lleva a la angustia”. Respira profundo y continúa: “Para mí es importante esa obsesión; tendría mucho miedo a la apatía. Esta forma de ser tiene su lado positivo y negativo. Por momentos trabajo mucho y después paso largas temporadas sin hacerlo. Pero sí pienso en el arte, todo el tiempo”.

Texto || jose.riquelme@abc.com.py

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