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A qué mujer desbordada por alguna situación no le han gritado: “¡histérica!”. Pero ¿de dónde proviene esta denominación?. es una enfermedad nerviosa que por varios siglos fue considerada femenina. De hecho, la palabra histeria deriva del griego hystéra, que significa “útero”. En la antigüedad, Hipócrates describió al útero “como un órgano móvil que deambulaba por el cuerpo de la mujer causándole enfermedades cuando llegaba al pecho”. Galeno (siglo II), otro importante médico griego, consideraba que la histeria era una enfermedad causada por la privación sexual en las mujeres particularmente pasionales. Frecuentemente, las histéricas eran vírgenes, monjas y viudas, aunque también casadas. La medicina medieval y renacentista recomendaba el coito, si estaba casada, o el masaje de una matrona (hoy obstetra), si estaba soltera y como último recurso. Esta teoría sobre la histeria como exclusividad femenina no cambió hasta mediados del siglo XIX. En la época victoriana casi cualquier dolencia servía para diagnosticar esta enfermedad en una mujer; un médico había llenado 75 páginas de posibles causas de histeria, asegurando que lo sufría una de cada cuatro mujeres. Entre los síntomas figuraban desfallecimientos, insomnio, retención de fluidos, pesadez abdominal, espasmos musculares, respiración entrecortada, irritabilidad, jaquecas, pérdida de apetito y tendencia a causar problemas. La solución para eliminar el sufrimiento en la mujer era, por un lado, el lavaje vaginal (chorros de agua con fuerza), lo cual se utilizaba en los hospitales psiquiátricos para calmar a la paciente. Por otro lado, menos intrusivo, el llamado “masaje pélvico”, hecho por el médico hasta llegar al paroxismo histérico (así se llamaba al orgasmo entonces y se consideraba al deseo sexual reprimido de las mujeres como una enfermedad). Como nos imaginamos, naturalmente, este tratamiento era muy incómodo para el médico, además que podía llevar horas finalizar el masaje. Para dar salida a esta labor, en 1869, el doctor estadounidense George Taylor desarrolló el primer aparato vibrador, que era una máquina de vapor, diseñada y recomendada para el tratamiento de la histeria. Pero recién en 1880, el médico Joseph Mortimer Granville (quien perdía demasiado tiempo con las pacientes y, por ende, atendía a muy pocas) patentó el primer vibrador electromecánico, el mismo funcionaba con batería y tenía forma fálica. Se promocionaban como instrumentos para combatir la tensión y la ansiedad femenina. Cuando todo parecía estar en orden, en la época victoriana, surgió el debate entre el sexo como reproducción y satisfacción. A pesar de que la reina Victoria tuvo muchos hijos, la tasa de nacimientos en el Reino Unido fue decayendo. En el trayecto de este debate se instalaron verdades y engaños sobre el bienestar de la mujer. Como consecuencia, surgió la promoción de los anticonceptivos, sin que esto aplaque la insatisfacción femenina. Los tratamientos contra la histeria siguieron sumándose. El desarrollo de la industria trajo, en 1902, el primer vibrador eléctrico para la venta comercial.
En 1952, la Asociación Americana de Psiquiatría declaró que la histeria femenina no era una enfermedad legítima, sino un viejo mito. Llevó igualmente una parte de la historia, que tal enfermedad fuera reconocida en ciertos niveles como el ejército. Por lo demás, existe en muchos ambientes alejados de consultorios, escuelas, gimnasios, moda, familias complejas. El mundo de la histeria sigue presente y concentra una amplia diversidad.
También ellos
La histeria, como enfermedad femenina, fue indagada por Sigmund Freud más allá de la conciencia, es decir, sobre el poder del inconsciente. Freud afirmaba que lo que se conocía como histeria femenina era provocada por un hecho traumático reprimido en el inconsciente, que afloraba en forma de ataques sin explicación. Así comenzaba el poder del psicoanálisis. Con el tiempo y el aporte de otros estudiosos, el tema de la histeria acabó involucrando también a los que no tienen útero, es decir, a los hombres. Hoy sabemos que la histeria es una enfermedad del deseo y una especie de molde por el cual circula el despliegue de ese deseo.
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