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Sin dar demasiadas vueltas, pocos son los casos en los que los miembros de una familia –con el biorritmo de sus afectos diarios–, más aún si son madre e hija, asumen los deleites que conlleva la manifestación.
Tal es el caso de María Liz Barrios y su hija Sofía Netto, quienes –por encima de compartir una vocación que se afianza en una y despunta en otra– asimilan los retos de transitar su trabajo como actrices y sus roles de madre e hija.
María Liz, ¿ya eras actriz antes de que naciera Sofía?
Todavía no era profesional. Cuando el papá de Sofi (Augusto Netto) era mi novio, hice algunos trabajos independientes en audiovisual con él. Eso se volvió más estable después y trabajamos juntos en algunos de sus cortometrajes. Luego del nacimiento de Sofía comencé unos talleres de entrenamiento actoral para audiovisual, luego de que Augusto y Rafa Codas empiecen a trabajar juntos. Arranqué con el teatro después.
Sofía, ¿cuándo empezaste a percibir que te gustaba la actuación?
La primera vez que tomé clases de teatro fue con mi tía Rosa Barrios. Iba con ella a las clases; creo que tenía seis o siete años.
ML: En realidad, ella tomó clases de teatro desde los tres años con la tía Rosa y mi colega Mariel von Nowak. Probablemente no recuerde eso (risas).
Desde que te acordás, ¿cómo vivís la experiencia de la actuación, sumándole a eso las otras disciplinas que encarás, como la danza en telas, el trapecio?
Mientras más iba a las clases, más me gustaba. Siempre estuve rodeada de artistas y eso influyó mucho en mí. Desde que nací estuve rodeada de ellos y siempre sentí su influencia.
ML: Creo que el arte también fue su lengua materna. Desde la música que escuchábamos cuando la tenía en la panza. La mimábamos desde entonces, le cantábamos, la sumergimos desde bebé a este mundo. Ahora que cumplirá 15 años, su papá está preparando un material audiovisual en el que recopila videos, fotos y todo lo que pudo haberse captado desde que tenía semanas de embarazo. Le decía a Agu que no tenía demasiado sentido. Mi panza no empezó a notarse sino recién al cuarto mes y, con una cámara siguiéndome todo el tiempo, me dijo que quería regalarle eso a Sofi cuando cumpla 15 años. Comprendí y valoré eso después de que ella naciera. También hizo un material cuando nació: sus primeros pasos, sus primeros dientes; tiene mucho registro y lo sigue haciendo para la fiesta que se viene.
¿Cómo se da la interacción en el plano de lo actoral y el relacionamiento cotidiano con tu mamá?
Honestamente, nos llevamos muy bien, pero –como toda madre e hija– también tenemos diferencias. Siempre le pido ir juntas a las obras; si hay algún casting, le pido que me avise o, como ya pasó varias veces, vamos juntas.
Por ejemplo, en las audiciones, ¿cómo reaccionan al verse, quién calma o contiene a quien?
ML: La verdad es que siempre soy yo la que está nerviosa. Cuando ella va a un casting, me pongo ansiosa. Le estoy diciendo: “Parate bien, peinate…”, y ella es la que me calma. Su carácter es más tranquilo, mi cable a tierra.
¿Cómo te recordás a su edad?
Era muy parecida a ella. Más tranquila, relajada, pero en la adolescencia me fui rebelando. Si bien Sofi tiene carácter, es tranquila, sabe lo que quiere y es bastante decidida. La primera vez que trabajamos juntas creo que tenía 10 meses e hicimos un cortometraje con su papá, que hablaba de la violencia doméstica. Su papá hace audiovisual, y yo, teatro. Había una duda constante sobre qué camino tomaría. “Quiero que haga esto o esto”, era una discusión constante con él. Finalmente, entendimos que ella podía decidir qué quería hacer y, de hecho, entre las telas, la música y el trapecio, imaginé que podía gustarle también lo circense. Después de todo, el teatro nos permitió compartir y conocer más de cada una, y el camino siempre es dinámico.
Sofía, ¿recordás algún momento que te remita a haber querido estudiar actuación?
Fue la vez que vi actuar a mi mamá en la obra Despertar de primavera. Dije: “¡Wow, quiero hacerlo como ella!”. Tenía 10 u 11 años. Fue la primera vez que no vi a mi mamá; era otra mujer la que estaba ahí en el escenario. Su manera de hablar, cómo se movía, me encantó.
El primer trabajo juntas en teatro se dio el año pasado, en Alicia en el país de las maravillas. ¿Cómo fluyó esa dinámica con los demás profesionales del elenco y la cotidianeidad en la casa?
ML: Bueno, fue bastante natural. Hicimos esa obra con buenos colegas y amigos. Sofi los conoce hace tiempo y varios de los ensayos fueron en casa. Además, ella me acompaña desde chica a las reuniones y ensayos, por lo que está familiarizada. Es una más del grupo (risas de las dos). Por respeto a su trabajo, al del director y de mis compañeros, me limito solo a lo necesario con ella en los ensayos. Su trabajo es 100 % el resultado de su desempeño profesional. Como de chica su personalidad fue muy tajante, la relación en casa transcurría de acuerdo a las responsabilidades que asumía. Para repasar algunos textos, teníamos nuestro tiempo, así como para lo que cada una tenía que hacer en la casa. En lo que al texto teatral se refiere –particularmente en esta obra– le decía que se apropie de él.
S: En el teatro siento que ella es como una compañera más. Como todos, respeto las indicaciones del director. En casa sé que me ayudará en lo necesario. Veíamos películas de la historia juntas, investigábamos mucho, sin descuidar el tiempo para mis demás compromisos.
¿Qué tan importante resulta el espacio juntas?
S: Mucho. Aunque a veces necesito mi espacio, claro.
ML: Como madre dramática que soy (ríen ambas), siempre estoy al tanto de que no le pase nada, no le pique una hormiga y esté pendiente de sus deberes. Como te dije, ella me pone límites cuando soy muy hincha (ríen más fuerte). Sofi es hija única y tampoco tiene primas. Siempre la acompañan sus compañeras del colegio, entre quienes se conocen desde que están en el jardín, hacen pijamadas juntas y soy la primera que quiere estar con ellas. No sabés cómo me saca a patadas (bromea). Si por mí fuese, siempre voy a estar pegadita a ella. Al verla crecer con sus amigas –además de que ahora viajarán juntas– me emociona muchísimo como mamá.
La confianza entre ustedes es bastante natural, podríamos decir. S: Sí, confío muchísimo en ella. Si tengo algún inconveniente, no tengo dudas y sé a quién recurrir.
¿Cómo te sentís a pocas semanas de tu primer viaje largo sin ella?
Las dos estamos muy emocionadas y me pone feliz viajar con mis compañeros. Nos vamos a Disney por 10 días y me gusta compartir todo lo previo a eso con mi mamá.
ML: Lo que realmente me emociona es el hecho de que cumplirá 15 años y, para las nenas, esa fiesta o festejo es muy importante. Me emociona poder vivir ese sentimiento con ella y recordar que también hice ese viaje a su edad, que me pareció increíble, aunque a veces me cueste desapegarme de ella.
¿Tienen algún proyecto actoral en puerta?
S: Vamos a trabajar con Raquel Rojas en una obra en Punta Karapá.
ML: Es una propuesta de contenido social, muy diferente a Alicia. Aún estamos en la fase investigativa de la historia o historias que contaremos.
Compartir el oficio que uno escoge con pasión y dedicación siempre es un desafío, más aún si lo encaramos con un afecto familiar. “Vivir este proceso con mi hija es más que emocionante. Siento que es una luz y siempre me emociono con ella, porque a veces pienso que me pertenece, pero luego recuerdo que es un ser humano divino y libre”, concluye, muy emocionada, María Liz. Definitivamente, el cariño es un atributo inherente a las personas y, sin mayores esfuerzos que los planteados en la incesante puesta de la realidad, adquiere matices llenos de verdad en historias como esta.
Sofía Netto y María Liz Barrios
El teatro une con la fuerza de su amplitud la relación de madre e hija de estas talentosas actrices, quienes –luego de compartir escena juntas y vislumbrar nuevos proyectos– disfrutan y rememoran los detalles de un momento emblemático en la vida de muchas adolescentes.
Fotos: Arcenio Acuña
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