Bocas pintadas

El lápiz labial cumple 100 años. Un cosmético femenino que tiene en su historia mucho más que llana frivolidad. Con las décadas, siempre en pequeño y trabajado porte, ha logrado situar su poder también en ideologías políticas y económicas.

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Los labios son en la mujer una de sus armas más eficaces para conquistar lo que desea y, aunque su objetivo sea el varón, no necesariamente en él se detiene su ambición. Una mujer con labios brillantes, pálidos u opacos dice más de lo que aparenta. Históricamente, el pintalabios no tenía forma definida; lo utilizaron las culturas sumerias, egipcias, griegas y romanas, en forma de pasta compuesta por ceras, huevo y colorantes extraídos de fuentes naturales. En Occidente su incursión no fue fácil; se lo asoció con la indecencia y hechicería. Pero la revolución de este pequeño gigante se dio en 1915, cuando el fabricante norteamericano Maurice Levy creó la barra de labios como la conocemos. Las aristócratas francesas lo compraban envueltos en tubitos de cartón, pero Levy sabía que, para vender masivamente, hacía falta que el producto no se aplastara durante el almacenamiento. De este modo, nació el lápiz en funda de metal con un tope que permitía subir el labial a medida que se iba usando. Así llegó para quedarse la barra, el crayón, el lápiz de labios o pintalabios, el rouge, el colorete.

En 1923, el periodista y escritor Alexander Black se refería al lápiz labial como un dispositivo de la moda que se había apoderado de la imaginación femenina como ningún otro. Ese año, James Bruce Mason Jr. inventaba el mecanismo giratorio que usamos hoy.

El fenómeno de este objeto imprescindible en la cartera femenina, convertido al consumismo, disparó una publicidad que aumentó y renovó el imaginario colectivo contemporáneo. De la simplicidad del mensaje al análisis psicoanalítico, se comparaba al crayón de labios con un transformador interior y exterior: “Tus labios se curvan en una sonrisa que transforma de una bonita Cenicienta a una exquisita princesa”, afirmaba una publicidad en 1925. El cine y sus estrellas no estuvieron exentos del encanto y la realidad. Las bocas carmín de actrices de la época, como Mae Murray y Clara Bow, sellaron una unión entre la cultura popular y el lápiz labial. También los genios tuvieron conexión. Dalí, con su sofá Labios en madera y forrado con tela satinada, inspirado en los labios de Mae Murray; Andy Warhol, a través de su pop art, y figuras del punk y el glam, como David Bowie.

El pintalabios fue también un medidor del consumo en épocas difíciles. Pero la teoría presentada por un experto del ramo, que el rouge se consume más en tiempos de crisis, solo encajó en un tiempo, pues durante la actual recesión económica ha surgido un rival victorioso en ventas: el esmalte de uñas.

Contra todo, su presencia histórica lo hizo ser hasta un instrumento en tiempos bélicos. Durante la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. creó la frase “Beauty as a duty” (La belleza como deber), cuyo objetivo era dar una apariencia de normalidad a las mujeres, pese al conflicto. Actualmente, el lápiz labial vende en el mundo más de 900 millones de unidades por año.

Plena libertad

Las sufragistas utilizaron el pintalabios como un signo de liberación; sin embargo, en los 60, el movimiento lo vio como un símbolo de sometimiento al patriarcado. Hoy puede decirse que este elemento de belleza ha logrado equilibrar ambas posturas, ya que puede ser dispuesto o no, de acuerdo a la elección plena de la mujer. Pero algo es seguro, el lápiz labial sigue embelleciendo –con sus variadas texturas y colores– los labios más sensuales en el arte, el espectáculo y la vida diaria.

Fuente: Internet

lperalta@abc.com.py

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