Alias

Los apodos, alias, sobrenombres son una manera de llamar a las personas por medio de la palabra. Nacen en la misma casa y en todos los ámbitos sociales. Los sentimientos que pueden provocar son diferentes: cariño, molestia y hasta frustración de por vida.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2074

Cargando...

A veces, el amor de papá y mamá suele no encontrar las palabras para decirle al bebé cuánto lo aman. Tras haber pensado tanto un nombre, dos o tres, al final se lo bautiza caseramente con algún diminutivo o derivado. Estos sobrenombres generalmente duran poco, desaparecen cuando el niño entra a la escuela. No obstante, algunos apodos se vuelven indelebles y crecen con la persona: a Ñeca, Chiquita, Negrita, Pancho, con las décadas, se les agrega el “doña” o “don”. Los apodos entre enamorados también suelen tener corta duración y constituyen frecuentemente un “código secreto” en la pareja.

Es posible que los apodos se piensen de la misma manera en que se califica o nombra a una mascota; salvando el hecho de que los derechos de los animales se han humanizado tanto que nadie se espanta de que a un perro se le llame Nacho, igual que a un muchacho. Desde siempre, en el barrio, los apodos se generalizan: el chino, el doctor, el rubio, la flaca, la petisa. Innegablemente, este tipo de alias ha sido de gran ayuda para ubicar a las personas.

Sobrenombres

Los sobrenombres vienen desde tiempos inmemoriales: recordemos a Juana, la Loca; Catalina, la Grande; Pedro, el Cruel; Felipe, el Hermoso; Iván, el Terrible. De hecho, muchos apellidos provienen de sobrenombres: Pedro “del Campo”, “del Valle”, “del Río”.

Pero no todo es inofensivo. Los niños que están en etapa escolar pueden dar testimonio de algún trauma al ser rebautizados como: la bizca, la lente-de-botella, el cerdito, el mariquita, el mongo, etc. En los adolescentes puede ser muy dañino por su momento evolutivo, ya que están forjando su personalidad. Hay quienes sostienen que los apodos son la forma de violencia más recurrente y peligrosa que se presenta en el colegio, y pueden no solo anular al joven en un momento, sino trastornarlo con serios complejos. Hoy se considera este tipo de apodos como parte del acoso escolar y se intentan formas de erradicarlo. Estudios dicen que “los sobrenombres dejan una huella profunda a nivel neuronal, o sea que influyen en la química de las conexiones nerviosas del cerebro y pueden condicionar la conducta. Sin embargo, la plasticidad cerebral permite salir de ese condicionamiento y dejar de ser ‘el loco’, ‘el tontito’, ‘la bola de grasa’, porque también depende en gran parte de uno mismo”.

Algunos opinan que los sobrenombres son negativos porque se usan para rebajar al otro, incluso se los continúa llamando así cuando las personas superaron la característica que los diferenció (la gorda dejó de serlo, la narigona se operó), llevando como una cruz su apodo hasta la muerte. Tener dos nombres podría provocar algo similar a ser dos personas. Si tenemos nombre, ¿por qué los apodos pesan y determinan? Mucha gente aprovecha ambientes y relaciones nuevas para hacerse llamar por su nombre de pila y eliminar el “Nene”, “Tito” o “Chela”.

En Paraguay utilizamos comúnmente la palabra “marcante”, y en guaraní la imagen es muy descriptiva: Avión bocina (haragán), Gallo Paloma (petiso con voz fuerte), Kururú (feo/a), Jurú jarro (boca grande) y tantas otras son parte del rico y visual repertorio popular.

Los apodos guardan una estrecha relación con el deseo de comunicar qué pensamos del otro. En raras ocasiones nos apodamos –graciosa o burlonamente– nosotros mismos. La palabra es un arma de doble filo, capaz de fortalecer y ayudar como de denigrar y destruir. Lo más respetuoso es no poner apodos. Aunque nuestra intención sea de humor, nunca sabemos qué punto interior de una persona podríamos llegar a tocar.

El nickname

En las redes sociales millones de usuarios utilizan un nickname. En esto abunda la simpleza como la creatividad desbordante. Las personas a su nick le agregan casi siempre una fotografía: “Agregame como amigo, buscame como el tigre de Bengala, (o la flor, tal actor/actriz, Superman, un atardecer)”. Otro punto a resaltar es la moda de llamar a las personas por la primera sílaba de su nombre: Beatriz ya no es Betty, sino “Bea”, Laura es “Lau”, Gustavo es “Gus”; sobre esto, un estudio de la red dice que acortar los nombres proyecta gente más accesible y amigable.

Texto lperalta@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...