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El suboficial Osmar Darío González era visto como un buen agente entre sus camaradas y superiores. Sirvió en varias dependencias policiales, pero en cada una de ellas, lejos de velar por la integridad de la comunidad, acechaba a sus posibles víctimas. En sus rondas y guardias solo tenía un objetivo: encontrar a mujeres indefensas y someterlas sexualmente, y después robarles.
Los asesinos y violadores seriales siguen el mismo patrón: primero se mimetizan en la comunidad como personas de bien, gente en la que todos confían por su rol de servicio.
En este caso, era un agente de la Policía Nacional ¡Quién podría creer que el hombre que estaba ahí para salvar a las personas era el que las iba a dañar!
Osmar Darío González, cuando estuvo en la escuela de Suboficiales de la Policía Nacional, fue sometido a una evaluación psicotécnica, y la reprobó. No era apto para ejercer el rol de agente policial. Sin embargo, la vulnerabilidad del sistema le dio luz verde para integrar la fuerza pública, ya que aprobó otras pruebas.
El test psicotécnico tiene naturaleza eliminatoria al momento de una postulación para engrosar las filas policiales, pero no se sabe quién “apadrinó” a González para dejarlo seguir y poder ser policía, grave error que en los siguientes años iban a pagar varias de sus víctimas.
Carrera criminal
El 9 de julio de 2000, en horas de la noche, una joven estaba esperando colectivo, y apareció en escena un hombre que, a punta de arma de fuego, la redujo y luego la obligó a entrar en su vehículo.
La víctima ya estaba entregada, producto del miedo, y el violador la sometió brutalmente y después la abandonó a su suerte en una calle. Era el primer ataque de este depredador sexual, luego seguirían una serie de hechos similares que se darían por más de una década.
Ya habían pasado seis años del primer ataque, y el caso pasó a ser uno más de los tantos hechos que terminaron en el “opa rei”. Pero a mediados de 2006 se repitió la macabra escena: una joven esperaba un bus para ir a su casa en la zona del Shopping Multiplaza, en horas de la noche, cuando se le acercó un automóvil guiado por un hombre, quien la conversó y la invitó a llevarla. La mujer se negó a subir; fue entonces cuando el desconocido sacó un arma de fuego y la obligó a subir.
Condujo hasta una zona deshabitada, pasó a su víctima al asiento trasero de su vehículo y la sometió sexualmente. Una vez consumado el acto, le robó todo lo que tenía y la dejó abandonada. Tras la denuncia policial, se comenzó a investigar el caso, pero una vez más el sádico sexual parecía haber escapado.
Como hubo seis años de diferencia entre el primero y el segundo ataque, los investigadores al parecer nunca relacionaron los dos casos, es decir, nadie sospechaba que el criminal era el mismo.
Tuvieron que pasar otros seis años para que la sed de violencia de Osmar Darío González, volviera y apuntara a cobrarse su tercera víctima.
El 7 de febrero de 2012, una menor se 17 años fue elegida por el violador serial. Una vez más, una muchacha fue acechada y reducida con un arma de fuego en la vía pública.
Abril violento
Parecía que el violador iba a atacar cada seis años, pero eso cambió en el 2012, año en que su hambre de sadismo no tuvo límites.
A inicios del mes de abril de 2012, el policía ingresó al Hotel Boggiani, donde cometió un asalto; no se pudo saber si el robo fue su único objetivo. Se cree que ingresó con la intención también de cometer un acto sexual violento, pero no se dio por razones desconocidas.
En el barrio San Miguel de San Lorenzo, ese mismo mes, Osmar Darío González atacó a mano armada a una mujer a quien violó y le robó, para luego huir.
Al parecer, el accionar violento de este degenerado policía no tenía límites. Los investigadores no podían dar con el sospechoso, quien no dejaba casi pistas tras cometer sus delitos.
Tal vez por su formación policial, Osmar Darío González sabía bien cómo cubrir sus huellas tras asestar sus actos violentos, o la propia Policía era inepta para poder hilar los cabos de cada uno de estos sucesos y llegar al culpable.
Pero el azar o el conocimiento con el que contaba González como aliado se terminaría en la jornada del 18 de abril de 2012.
Ese día, a las 10:30, aproximadamente, un hombre estacionó su automóvil, un Toyota Allex gris sin placa, frente a una peluquería ubicada en las calles Santa Cruz de la Sierra casi Alfredo Seiferheld de Asunción.
El hombre ingresó al local fingiendo ser un cliente. Una vez dentro se dio cuenta de que estaban dos mujeres solas: la dueña y una peluquera, que se acercaron a González para preguntar de qué forma quería el corte.
Fue cuando Osmar Darío González extrajo su arma de fuego y llevó a las mujeres a la parte trasera del negocio. En ese sitio abusó sexualmente de forma brutal de ambas, tal como luego se sabría a través de un informe médico, donde se relató las lesiones que sufrieron la víctimas.
Cuando salía del negocio el policía se llevó varios objetos de valor, subió a su vehículo y desapareció. El caso fue tan violento que cuando las mujeres pidieron ayuda a los vecinos, estos se mostraron tan indignados por lo ocurrido que luego de socorrer a las víctimas fueron todos juntos hasta la comisaria 6ª Metropolitana, que quedaba cerca, para radicar la denuncia.
En la oficina de guardia los vecinos y las víctimas esperaron a que el oficial les tomara la denuncia, cuando en el sitio apareció Osmar González, impecablemente uniformado.
Ante el asombro de las dos mujeres, el policía que horas antes las había abusado estaba en la misma comisaría. Ni el más enredado guión de una película podría tener un desenlace más sorpresivo.
Cuando las mujeres descubrieron a su atacante, los vecinos cerraron las salidas de la dependencia policial para que el suboficial no escapara. La presión hizo que el jefe de la comisaría detuviera a González.
La nefasta carrera de un violento abusador sexual se ponía fin por un fortuito acto, no por acción de una investigación policial, que por más de una década demostró ser poco profesional e inepta.
Las siete condenas del suboficial González
Primera condena
Por un ataque a dos mujeres en una peluquería, Osmar González fue condenado a 22 años de prisión y ocho años como medida de seguridad, por coacción sexual y robo agravado
Segunda condena
Por violación de una menor de 17 años, el suboficial González fue condenado a 13 años de cárcel por coacción sexual.
Tercera condena
Por robo agravado, Osmar González fue condenado a 9 años de cárcel por el robo ocurrido en el interior del Hotel Boggiani. En este caso, fue el único donde no hubo abuso sexual.
Cuarta condena
Por robo y violación a una mujer en San Lorenzo, el policía Osmar Darío González fue condenado a 22 años de cárcel.
Quinta condena
Por coacción sexual contra una mujer en la zona del Shopping Multiplaza, el uniformado Osmar Darío González fue condenado a 12 años de cárcel y otros cinco como medida de medida de seguridad.
Sexta condena
El suboficial Osmar Darío González fue condenado a 22 años y medio de cárcel y ocho años de medidas de seguridad, por un caso de tentativa de violación y robo agravado.
Séptima condena
Por el primer caso de violación y robo del año 2000 el agente fue condenado a 12 años de cárcel.
Utilizaba sus guardias para buscar víctimas
Cuando el 18 abril de 2012 el suboficial Osmar Darío González fue detenido por el robo y abuso sexual de dos mujeres en una peluquería en el barrio de la Recoleta, muchos oscuros detalles del accionar de este sádico depredador sexual salieron a luz.
Amparado en el uniforme de la Policía Nacional, el violador no hacía otra cosa que no sea acechar a sus potenciales víctimas. Tras la captura de González, ese 18 de abril, se realizaron varios allanamientos, y uno de ellos fue en una caseta policial ubicada en República Argentina y profesor Miguel Torres, donde el agente hacía guardias.
En el lugar se encontraron muchas evidencias de los delitos sexuales y robos cometidos por el suboficial. El arma que el policía usaba para reducir a sus víctimas estaba oculta en la caseta y tenía rastros de sangre.
Más adelante tras los estudios laboratoriales se supo que esa sangre era de las peluqueras, a quienes mientras reducía las golpeó salvajemente con la culata de su pistola.
También se comprobó que los días que el suboficial estaba de guardia en la caseta, lo que hacía era ir identificando a mujeres que andaban solas por la zona.
Se fijaba en sus recorridos, incluso se cree que las seguía e iba estudiando los movimientos de todas las posibles víctimas. Fue así como realizó el asalto al hotel Boggiani y también atacó a las dos mujeres en la peluquería. Ambos sitios estaban en las inmediaciones de la caseta de guardia.
Esto llevó a concluir a los investigadores que todos los ataques que cometió Osmar Darío González fueron bien planificados y nunca eligió a las mujeres al azar.
Si bien el suboficial ya está preso en la cárcel de Tacumbú y tiene siete condenas, siguen en tribunales abiertos varios otros procesos por los mismos delitos. Tras la captura de González, muchas mujeres se presentaron a decir que fueron víctimas del policía, pero se cree que hay otros casos en los que las mujeres no quisieron hacer la denuncia, para no se expuestas a un juicio.
victor.franco@abc.com.py