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Promediando la década del 90 ingresé al Poder Judicial (dos años ad honórem), época en que ya la gente tenía una visión negativa de los actores de la justicia, teniéndola como un antro de corrupción, vertiéndose cuestionamientos como la venta de los juicios, de la corrupción de ciertos jueces, camaristas, fiscales, funcionarios, etc.; circunstancias que se pensó mejoraría con el sistema de selección de magistrados conforme a la Constitución Nacional, implementado a partir del año 1995.
En ese mundo de visión negativa para la sociedad ingresé en mi juventud, donde aprendí a distinguir claramente que en ese “antro de corrupción” existían funcionarios con valores intachables, y que marcaban la diferencia en ese mundo de tanta codicia y desvalor, con valores incólumes, a pesar de lo “fuerte que eran los vientos” contra los cuales proseguir el difícil camino de buscar justicia.
Por eso, hoy quiero destacar la figura de un agente fiscal que llega a la culminación de su carrera silenciosa y dilatada, habiendo empezado desde el más bajo escalafón, que escaló con sacrificio, trabajo tesonero, servicio, capacidad y por sobre todo con HONESTIDAD.
Un prototipo aburrido de observar para muchos, esa forma de vivir que para muchos “con la honestidad no ganás nada”, o “nadie te va pagar por eso”.
Pero la contracara de esta peculiar virtud es que consigue atesorar valores que uno no podrá adquirir con todas las riquezas de este planeta: el respeto, la dignidad, la transmisión a los discípulos y más todavía a la familia valoraciones que no se podrá jamás comparar con los oropeles ficticios y fantasiosos de la corrupción, del prebendarismo y otras gangrenas que corroen a nuestra administración de justicia y a la sociedad toda.
Con estas pocas estrofas, no solamente quiero circunscribirme en personalizar al fiscal Juan de Rosa Ávalos Portillo, sino también en su persona alabar a un prototipo tan escondido bajo las alfombras de una sociedad que solo ve brillar el dinero fácil, la venta de todo, de magistrados venales, de prevaricación odiosa en la venta de fallos y de servicios, etc.
Este prototipo que representa a una minoría de la sociedad, y que no quiere ver y menos seguir paradigmas de honestidad que brillan con luz propia en el medio del “antro de corrupción”. Y yo les puedo decir que en 25 años de vida judicial encontré pilares incólumes a los vientos de la presión política, al acomodo ruin, a los vaivenes populistas, al oprobioso dinero, entre ellos al Dr. Ávalos Portillo, y otras/os que debemos rescatar como ejemplos en una sociedad carente de valores.
Si en ese “antro de corrupción” existen personas honestas, definitivamente debemos entender que una solidez educativa en principios que dignifican a la sociedad, serán derroteros a una generación obnubilada por el ruido de la ostentación oprobiosa de la corrupción.
La honestidad, que justamente tiene la característica de la sencillez, la sobriedad, la serenidad de espíritu, bien lejos de los que mediáticamente alardean tenerlo, pero son justamente el camuflaje que confunde tanto a la opinión pública y a los jóvenes que se ven frustrados ante falsos profetas.
Me he permitido apuntar la figura de un agente fiscal que estos días culmina una larga y denodada carrera judicial para acogerse a la jubilación, carrera que nunca le fue fácil.
Un funcionario judicial honesto, que fiel a su conducta de honestidad ha sobresalido siempre con sencillez y callada tarea (propio de los honestos), en un ámbito tan cruel en manchar la imagen y fama de los magistrados, a lo cual el fiscal Ávalos ha capeado tranquilamente, pudiendo llevar a la tranquilidad de su hogar esa imagen limpia de un funcionario que sale por lapuerta más grande de su cargo: acogerse a la jubilación honestamente.
Especialmente los jóvenes tienen dos prototipos a seguir, como siempre manifiesto a mis alumnos: el camino de aquellos que buscan los deleites del poder y del dinero que obtienen pisoteando el derecho de los demás, por el detestable acto de corromper sus funciones; o aquel paradigma de tranquilidad de espíritu, que solo puede darte una conducta permanente de “vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo”.
Como docente, funcionario público y como ciudadano, gracias al Dr. Juan Ávalos por haber defendido la antorcha silenciosa pero inamovible de la honestidad en medio de “ese antro de corrupción”; y como abogado, recordar esta difícil tarea de cooperar en la administración de justicia. La misión aún continúa.
Es Justicia
*Profesor asistente de la Cátedra de Derecho Penal II Parte, de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, en Sede Central (turno tarde) y Filial Cnel. Oviedo; con estudios de especialización en Derecho Penal y Derecho Procesal Penal, así como Derechos Humanos y otras ramas jurídicas, en la República Argentina y Paraguay; miembro del Instituto de Especialización de Ciencias Penales; exagente fiscal penal de Capital; exdirector jurídico del Ministerio del Interior; director de la Unidad Anticorrupción del Banco Nacional de Fomento.