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Medios de prensa deportivos y de la farándula de todos los países de Sudamérica y hasta de Europa engancharon por varios días a su público con la “trama homosexual y de despecho” del club Rubio Ñu de Luque, que involucró a su principal dirigente, a uno de los jugadores del plantel principal y al supuesto representante de este último.
Que uno de ellos o incluso que todos los involucrados sean homosexuales, honestamente, no me importa, no me incumbe y no me interesa. Cada uno es libre de vivir como quiere.
Lo que verdaderamente me indignó, como padre de familia, es el manoseo y la humillación pública a la que fue sometido el joven futbolista de 25 años de edad que es el centro de la historia.
Resulta que la gente habla sin saber. El muchacho fue prácticamente arrancado de su hogar, en la ciudad de San Juan Bautista, departamento de Misiones, cuando aún era casi un niño. Es cierto, él mismo vino con el sueño de convertirse en un profesional y así sacar adelante a sus padres y hermanos, que es lo que al final todos aspiran.
Pero lamentablemente terminó siendo una víctima y sus sueños fueron rotos por el camino.
Evidentemente, el joven fue coaccionado por el dirigente que le prometió hacerlo triunfar. Y esa manipulación es imperdonable.
Por un momento, me gustaría que usted señor, usted señora, quienes están leyendo estas modestas líneas, se pongan en el lugar de los padres de ese joven.
¿Qué sentirían si son despojados del cariño de su hijo y después lo ven en televisión nacional y en páginas internacionales como centro de un escándalo sexual, que involucra a otros hombres?
Sinceramente, no es kachiãi y no da gusto. Antes de burlarse o antes de llamar puto a una víctima de violación (si es que fue forzado a mantener relaciones sexuales), primero muchos deberían entender el contexto en el que ocurrió todo.
Ojalá otros chicos no estén pasando por lo mismo.