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1- La violencia es una respuesta. Se caracteriza por una consolidada posición de rechazo a toda insatisfacción. Así, la violencia responde a una particular manera de situarse frente a la Ley. Es un rechazo a la ley en la medida en que esta impone condiciones a los impulsos irresponsables. Es la violencia consecuencia de un no contar con la Ley reguladora de impulsos en términos de una adquisición subjetivada.
En la psicopatía, por ejemplo, se constata la presencia de la ley en condición exteriorizada, en presencia por ejemplo de la policía.
2- Por otro lado, en la psicosis, tampoco se cuenta con la ley como un elemento adquirido y operante en lo simbólico. Para el agresor, la ley no mantiene su fin de regulador social.
De esta manera, si el agresor no ocupa o no figura en la cabeza de cada emprendimiento, se autoconcibe como un inútil, y toda experiencia de imposibilidad puede llevarlo a desatar una agresión o algún abuso al otro. Es por eso que el que está en función de protector o protectora puede pasar rápidamente a descuidar o a agredir si se encuentra bajo amenaza su goce de poder.
El agresor-abusador siempre revela una falla en su relación con la ley, por eso la dicha ley siempre es él mismo, y nunca lo que lo condiciona. No es vivida como lo que opera regulando al capricho y sus satisfacciones desde una dimensión simbólica. Sirve, en este caso, para respaldar su impulso al goce inmediato y no para ponerle un límite, menos aún si se trata del sexo. Por eso es que se constata que la violencia se vincula estrechamente a los abusos sexuales.
3- La función paterna que representa clásicamente la ley reguladora y que por eso instituye y regula simbólicamente las relaciones de familia, hoy se presenta en franco proceso de declinación social. Esto no tiene cómo no afectar a la filiación y a la infancia que se muestra entonces conminada (amenazada).
Cuando las regulaciones simbólicas paternas se van encontrando en desuso, en desequilibrio, en falla de sus funciones, como viene ocurriendo, es la violencia la que irá predominando. Esto implica determinar el factor causador de la violencia en términos de una falla de la función simbólica esencial de la Ley, sin reducirla, apenas, a una dimensión jurídica.
El hospital psiquiátrico es un ejemplo de las alteraciones mentales que se soportan cuando hay falla de función simbólica de la ley y la violencia se impone. Por eso, no se debería hablar tanto de salud mental sino de una forma más pertinente: de paz mental porque, como decíamos, no hay falla de la ley simbólica sin violencia. La consecuencia será siempre presencia de un goce caprichoso. Infancia abusada y paciente psiquiátrico son así hermanos de la declinación de la función paterna. Nos indican los extremos a que se puede llegar ante las declinaciones de dicha función y su efecto de poder producir un sujeto identificado a sí mismo como la ley absoluta, es autorreferente.
4- La violencia no es nunca reductible apenas a una dimensión física o corporal-orgánica. Esto, si consideramos que siempre estará ella referida a esa cuestión de la ley como referencia simbólica.
Una ley que opera con mayor o menor eficiencia como reguladora de las satisfacciones en el campo de lo humano, donde las dichas satisfacciones pulsionales, ese empuje al goce sexual, no se restringe a una regulación por la llamada ley natural. Es esa ruptura con lo natural lo que justifica y sostiene eso que denominamos necesidad de una ética en nuestra existencia en la cultura.
5- Entonces, se podría decir, que es la combinación de abusos lo que en verdad sucede en lo que se denomina maltrato infantil. El maltrato es combinación de lo físico con lo psíquico-emocional. Los maltratos físicos, sexuales o emocionales, son clasificaciones o distinciones casi académicas o didácticas, y si uno se restringe a clasificaciones, se puede perder la dinámica del abuso y fallas de las funciones edípicas.
Vale decir, de las determinaciones de la falla de lo simbólico regulador de la llamada ley paterna.
6- Esto nos indica que el abordaje psicoanalítico tiene su peso y servicio en estas cuestiones referentes al maltrato y que, por la tanto, puede tener una clara función en las políticas de prevención y asistencia al dicho fenómeno, pues la complejidad del tema requiere de un edificio clínico y teórico más robusto de lo que comúnmente se utiliza. El psicoanálisis en extensión es justamente atar ciertos fenómenos al complejo de conceptos. Por ejemplo, se puede decir que la infancia y sus vínculos con la feminidad, los duelos de la madre y las fallas de las funciones paternas, entre otros, son elementos que se entrecruzan y determinan acciones familiares de violencia y determinan la falta de paz mental. Precisamente, porque salud mental implica sostener una ética de compromisos y consecuencias. Salud mental tiene que ver con lograr sustentar una posición ética de sujeto deseante y consecuente, pues el deseo no es “paz-ivo”, pero tampoco irresponsablemente destructivo.
(*) Psicólogo Clínico-Psicoanalista
genaroriera@tigo.com.py