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Lo que ocurre hoy en Venezuela, como también en Cuba y en gran medida en Ecuador con Correa, en Bolivia con Evo y en Argentina con Cristina Fernández, muestra aquella afectación a las libertades con notorios efectos perjudiciales que se dan en una sociedad cuando se da rienda suelta al personalismo, tratando a una persona como a un ser superior, despojada de toda limitación excepto la de su propia glorificación.
Venezuela es un testimonio de ello. Mientras Chávez agoniza o se encuentra recuperando su salud, lo que nadie sabe con certeza excepto los Castro y alguno que otro adepto al régimen, los venezolanos, por su parte, viven su propia tragedia.
La corrupción del régimen bolivariano chavista ha empobrecido a los venezolanos y ha enriquecido a los políticos leales al régimen y a los falsos empresarios.
La ansiada prosperidad terminó por confundirse con la ambición desmedida de su hombre providencial.
Desde que asumió el poder en Venezuela, Chávez se convirtió en un verdadero personaje político que no tardó en llamar la atención.
Para sus allegados, se convirtió en el hombre providencial que vino a salvarles de sus penurias. Para otros, sus detractores, no fue más que un nuevo populista con ínfulas de dictador.
Muy pronto la realidad les dio la razón a estos últimos. Como todo sistema autoritario, el chavismo recreó en Venezuela un modelo parecido al que impera en Cuba con Fidel Castro.
La centralización del poder en una sola persona, la sumisión de los demás poderes del Estado, la aberración hacia la libertad de prensa y el libre mercado, no son más que la prueba de que Castro como Chávez, en el fondo son la misma cosa.
Pero como hay que guardar las apariencias, Chávez en lugar de adscribirse de modo directo a Marx o a Lenín que lo iban hacer aparecer como muy a la antigua, se adhirió a algo más moderno, el Socialismo del Siglo XXI.
Este “nuevo” comunismo por supuesto no era tal, debido a que parte de la misma matriz, esto es, la creencia de que el ser humano es manipulable en los tubos de ensayo de un laboratorio.
No es así. Nuevamente el experimento ha fallado. Sucedió en todas las épocas y lugares. Allí donde se intentó amoldar la condición del ser humano a una máquina capaz de responder a los dictados del mandamás de turno que promete la redención de todos, la sociedad se vuelve intolerante y excluyente.
Todos los experimentos sociales como el nazismo, el fascismo, el stronismo, castrismo, el chavismo o el kirchnerismo, tienen como fundamento la exaltación del hombre o mujer providencial, de ese mesianismo que supone hay alguien o algunos seres humanos superiores a otros y que, en consecuencia, se les debe otorgar licencia absoluta a sus deseos, con todos los poderes habidos y por haber.
Esa exaltación mesiánica, sin embargo, tiene su precio. Trae consigo el mal del populismo. Ni el castrismo, ni el stronismo y tampoco el chavismo y el kirchnerismo lograron mejorar las condiciones de vida de la gente. Hicieron alguna que otra obra pública, pero no lograron concitar la prosperidad.
El populismo que les caracteriza no ha sido ni solidario ni ha servido a los más necesitados. Cuando Chávez llegó al poder mediante elecciones, el pueblo venezolano depositó su esperanza en que la solución era más democracia y libertad como remedio a la extrema corrupción en la que habían caído. Pero no fue así.
En vez de promover las libertades, el chavismo hizo un golpe de timón.
Y es aquí donde podemos comprobar que la historia se repite.
Al igual que Fidel Castro cuando traicionó a la revolución luego de derrocar a Baptista, también Chávez hizo lo mismo.
Empezó a diseñar su propia criatura totalitaria. Si Castro se abasteció en aquellos años de la “guerra fría” con los recursos provenientes de la Unión Soviética para cimentar su régimen de terror, esta vez, los chavistas encontraron la veta de suministro en el mismo suelo venezolano para alimentar su proyecto autoritario, la inmensa riqueza del petróleo. Chávez y sus seguidores, empero, no solo dilapidaron este recurso natural, también lo utilizaron para exportar su revolución, derrochando recursos del pueblo venezolano para inmiscuirse en las decisiones soberanas de los países de la región.
Con Chávez agonizante o el grave deterioro en su salud, se nota la extrema debilidad institucional al que ha llegado Venezuela.
Este país no depende de su Constitución y de sus leyes, depende de la salud o muerte de una persona.
Estamos asistiendo a otro episodio más del ocaso del mesianismo, el mismo que ha fracasado ya sea que provenga de la derecha o de la izquierda política.
El castrismo, el stronismo y el chavismo o el kirchnerismo usaron y siguen utilizando compulsivamente el dinero de los contribuyentes, pero no lograron el bienestar de la gente.
El hombre o mujer providencial que se cree superior a los demás pierde la noción de su propia limitación, no le interesa la suerte de aquellos más desamparados que claman por justicia y de un pan en sus mesas.
Lo que le interesa a ese hombre o mujer providencial es perpetuarse en el poder para enriquecerse con sus serviles.
Hoy Venezuela no depende de la ley, sino de una sola persona, como también ocurre en Cuba con los Castro, siguiéndoles muy de cerca Correa, Evo y Cristina en sus respectivos países.
Latinoamérica de una vez por todas debe deshacerse del mal del personalismo.
(*) Decano de Currículum de UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado” y “Cartas sobre el liberalismo”.