Cargando...
El barrio Monseñor Bogarín de Mariano Roque Alonso ya nunca volvió a ser el mismo desde aquella siesta del domingo 4 de febrero de 1996, cuando un avión carguero DC-8, de la compañía colombiana Líneas Aéreas del Caribe (LAC) arrasó con casi todo el vecindario.
Hoy en día, un oratorio erigido en el lugar donde vivía una de las familias desaparecidas es el único recuerdo permanente de la tragedia.
Las fotos y los videos de la dantesca escena reviven cada año en esta época, provocando un dolor inmenso en todo el barrio, situado a seis cuadras de la Ruta Transchaco, 800 metros antes de alcanzar la rotonda y el viaducto del desvío a Puente Remanso.
Ese día, el sol estaba radiante y el barrio destilaba alegría, según recuerda uno de los sobrevivientes, don Antoliano Rejala, quien ahora tiene 72 años.
Rejala, su esposa y sus cuatro hijos (que en aquel entonces tenían entre 10 y 16 años) se salvaron ya que, minutos antes de la caída del avión, habían salido de la casa que estaban terminando de construir para dirigirse a almorzar en la casa donde vivían, en el barrio Santísima Trinidad de la capital.
Cuando fueron avisados, y volvieron a la obra, a la cual debían mudarse la semana siguiente, encontraron los cuerpos esparcidos y mutilados de sus vecinos, y el vecindario completamente devastado.
Cómo pasó
La aeronave llevaba a cuatro tripulantes colombianos a bordo, José Muñoz, José Karft, Hernando Sánchez López y Armando Rojas Pantoja, quienes despegaron del aeropuerto internacional Silvio Pettirossi de Luque, pero solo seis segundos después de emprender el vuelo empezaron a caer.
El abogado Desiderio Sanabria, quien fue contratado por la compañía aérea para asistir a algunas de las víctimas, reveló que la causa de la tragedia fue que los pilotos principales apagaron intencionalmente un motor, y después el otro, para medir la capacidad de reacción de uno de los aprendices que volaban con ellos ese día.
En el audio obtenido con el rescate de la caja negra de la máquina supuestamente se escuchó al novato pedirles a los pilotos más experimentados que ya no bromearan de esa manera, y a continuación simplemente se oyó el impacto contra el suelo.
Aparentemente, como la máquina aún no había ganado mucha altura, los motores ya no reaccionaron a tiempo y el avión cayó a 1.500 metros de la cabecera de la pista, justo en un espacio en el cual las aeronaves inician el viraje para tomar su rumbo definitivo.
Además de los cuatro colombianos que iban en el vuelo, en tierra murieron otras 18 personas, de las cuales 13 eran niños que jugaban a la pelota en una cancha, en lo que hoy día es el callejón Sargento Vera casi calle Capitán Aveiro, al noroeste de la cabecera de la pista del Silvio Pettirossi.
La familia Gracia perdió a 11 miembros, porque justo esa mañana había recibido la visita de unos parientes.
La tragedia también le tocó a Édgar Franco, a su esposa Perla Jara y al pequeño hijo de ambos, Pablito Adrián, de apenas tres meses, cuya vivienda quedó enterrada debajo de los restos del fuselaje del carguero.
En la casa donde vivía dicha familia actualmente hay un oratorio de recordación, que pasa a ser el único vestigio en pie de la peor tragedia aérea del Paraguay.
Abogados “carroñeros”
Otra de las aristas tristes de la tragedia aérea en Mariano Roque Alonso fue la aparición de abogados opotunistas y “carroñeros”, quienes en medio del dolor de las familias únicamente pretendían lucrar a costa de la desgracia de los vecinos.
En uno de los casos, por ejemplo, un abogado que asesoraba a la familia Gracia, que perdió a 11 miembros, se quedó con nada menos que 18.000 de los 180.000 dólares de la indemnización que recibieron.
El abogado Desiderio Sanabria mencionó también que muchos de sus colegas en aquella época no estaban lo suficientemente instruidos para litigar en este tipo de procesos.
En ese sentido, mencionó que algunos abogados confundieron, por ejemplo, los montos establecidos internacionalmente como indemnización para cada pasajero de avión siniestrado, que era de unos 150.000 dólares, con la cantidad que debían recibir las víctimas en tierra, que ni siquiera estaba reglamentado.
Fue así como asesores jurídicos inexpertos impulsaron demandas contra la compañía y, al final, perdieron los casos y los afectados se quedaron prácticamente sin nada.
El barrio no cambió mucho
Un sobrevuelo con un dron demostró que el sector donde cayó el avión colombiano no cambió mucho, pese a los 21 años que transcurrieron desde aquello.
En el lugar del impacto pleno quedó el patio baldío donde los niños jugaban ese día, aunque al lado fue reconstruida la casa de la familia Fernández, cuyos miembros se salvaron porque no estaban en la vivienda en ese momento.
ileguizamon@abc.com.py