Hayek: La teoría jurídica del orden espontáneo

Estaba repasando mi tesis doctoral y me percaté felizmente que en estos días recordamos los 113 años de nacimiento de Friedrich Von Hayek.

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Mi tesis se basa, en efecto, en la contribución hayekiana al derecho y a la economía –y subrayo derecho y economía– pues estas dos ciencias no están divorciadas como usualmente se cree y desafortunadamente así se enseña mal en varias universidades.

Al respecto y en ocasión de tan importante fecha de nacimiento de uno de mis actores favoritos, no puedo más que expresar las siguientes ideas. Se trata de un tema que en la actualidad sigue siendo objeto de estudio y consideración en los centros académicos del mundo: La teoría jurídica del orden espontáneo.

En esta teoría este gran filósofo de la libertad y Premio Nobel de Economía hace referencia a lo que hoy estamos viviendo, la crisis de la democracia y del mismo estado de derecho.

Para un hayekiano como yo que comparte la idea que el más eficiente moral, política y económicamente, el marco jurídico en una sociedad libre es el estado de derecho, me resulta importante referirme al tema.

En uno de sus libros –Camino de Servidumbre– Hayek defendía tal como lo hicieron siempre los mejores representantes del liberalismo clásico, que el uso de los poderes coercitivos del gobierno debe estar regulado por normas preestablecidas. Todas las acciones del poder público deben estar sometidas a normas fijas conocidas de antemano, de manera que, dentro de una estructura legal permanente, sea posible la previsión de la actuación estatal por parte de los particulares.

Los individuos, de este modo, siguen sus propios fines individuales.

Esto quiere decir que la ley sería un instrumento que permitiría la consecución de una gran variedad de fines, ya que el gobierno se limitaría a establecer reglas aplicables a tipos generales de situaciones en las que todos podrían hallarse, pero cuyos efectos sobre un individuo determinado en un caso concreto sería imposible de determinar.

Desentrañar el origen de la ley y de las instituciones resulta vital para comprender el pensamiento hayekiano.
Para profundizar todavía más sobre este tema, debemos dirigirnos hacia las leyes de la libertad conocidas como el Nomos, esto es, normas nacidas de la costumbre y de la tarea judicial, específicamente de la jurisprudencia.

La tarea del juez, por ejemplo, se debe limitar a aplicar y a declarar vigente un determinado conjunto de prácticas firmemente establecidas. Esto quiere decir que toda la estructura interna del derecho no se debe al designio de jueces o de los legisladores, sino que es consecuencia de un proceso evolutivo donde el derecho, el IUS, está inseparablemente vinculado a lo que es justo, el IUSTUM.

La otra tendencia es muy diferente. Las leyes que provienen de la legislación y que no toman en cuenta lo consuetudinario reciben el nombre de Thesis.

Esta tendencia ha llegado a nuestros días a través del positivismo jurídico de Kelsen; es decir, la ley es el resultado de la voluntad y la justicia es creación de la ley.

Esto, sin embargo, es un grave error intelectual porque se confunde lo justo con lo legal, pues, es el legislador quien determina el contenido de la ley.

Estas dos tendencias muy claras y diferentes entre sí, el Nomos y la Thesis, ciertamente es de antigua data, puesto que se inició con los filósofos presocráticos. Es Atenas y Esparta. Son dos concepciones del mundo y por corolario de la política, el poder y la misma economía.

Seguidamente, paso a expresar algunas consideraciones sobre Hayek.

Pese a sus fuertes críticas a toda forma de sociedad colectivista no fue descortés en sus ataques, sino persuasivo y contundente.

Así, en su célebre libro “Camino de Servidumbre”, podemos leer la dedicatoria que dice: “A mis amigos los socialistas”.

Escribió más de cincuenta libros entre los que se destacan Camino de Servidumbre; La Teoría Pura del Capital; Derecho, Legislación y Libertad; La Contrarrevolución de la Ciencia y Fatal Arrogancia, entre otros.

Se enroló en gran parte de sus 92 años de vida en una intensa batalla intelectual. Sus adversarios se multiplicaron.

En una época en que las ideas de la libertad retrocedían, se opuso con firmeza a los avances de la izquierda radical y moderada, del socialismo y del fascismo.

Enseñó en las universidades de Viena, Londres, Chicago y Friburg, en las que deleitaba a sus alumnos por su nitidez mental.

En él se cumplía lo que decía Ortega y Gasset: “la claridad es la cortesía de los genios”.

Cuando se proponía, con sus argumentos derrumbaba de un solo golpe las falacias en la economía.
Con solo 28 años predijo la recesión de 1929. Fundó en 1947 la Sociedad Mont Pelerin. Ganó el Nobel en 1974.

Sus últimos días los pasó en Friburg. Aquí, aún siendo un Premio Nobel y con su fotografía en libros y periódicos, para algunos estudiantes pasaba inadvertido. Para otros, ofrecía respetuosa reverencia.

Pero hay algo más. Esos jóvenes y el mundo le deben la caída sin violencia del Muro de Berlín y las revoluciones libertarias de Reagan y Thatcher. Le deben el rescate de las ideas casi perdidas de la sociedad libre ante el avance –de ayer y hoy– del pensamiento colectivista autoritario. Su nombre: Friedrich von Hayek.

Sea este mi sencillo homenaje a un grande, un benefactor de la humanidad.

(*) Decano de Currículum UniNorte. Autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.

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