EPP sobrevive con disciplina y amenazas

Un informe del departamento Antisecuestro de la Policía señala que el autodenominado EPP está integrado por 25 maleantes, número que en los últimos meses pudo aumentar con el ingreso de algunos menores de edad. El arsenal de la banda está compuesto de 40 fusiles de diversos calibres, tres escopetas y pistolas.

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Estos datos fueron confirmados con los empleados de las haciendas de la zona de influencia de la banda armada, quienes fueron víctimas de asaltos y atropellos, como quema de máquinas y retiros. Tras cada golpe, los investigadores exhibieron fotografías de los sospechosos a los afectados, quienes llegaron a identificar a 25 personas, que se turnan para perpetrar los ataques a las haciendas. Mientras que la cantidad y tipo de armas se pudo determinar gracias a los estudios balísticos, ahora con el moderno Sistema Integrado de Identificación Balística (IBIS por sus siglas en inglés). 

Con esto se puede determinar exactamente con qué arma fueron disparadas las balas que se recogen del lugar de cada ataque o de los cuerpos de personas que fueron ejecutadas por la banda. Con un minucioso trabajo de laboratorio, los agentes de Antisecuestro han logrado recolectar todos estos datos, a más de otros como que el integrante más joven del grupo es un adolescente de 13 años, hijo del jefe de la organización criminal Osvaldo Villalba. El chico vino de la Argentina para unirse a los secuestradores.

La pregunta es, si los organismos de seguridad saben que son 25 personas, conocen hasta las armas que usan, cómo es que no los pueden capturar o eliminar a tiros en una emboscada, en los montes, que actualmente usan de refugio.

La explicación de los uniformados señala que una disciplina férrea de todos sus miembros y el temor que ejercen en los pobladores de la zona son los elementos que mantienen con vida y en libertad a los criminales. 

Evidentemente, la base de la banda está instalada en medio del monte y cada tanto cambian de ubicación, solo los denominados exploradores salen en grupo de siete a ocho miembros, en busca de alimentos o para asestar los ataque en las haciendas donde no cumplen con sus exigencias, entre las que figura la de no cortar árboles y evitar la fumigación con agrotóxicos.

Para mantener controlada la zona, periódicamente los exploradores visitan a los pobladores en sus propias casas, los “capitanes” anotan en una agenda la cantidad de miembros de cada familia, los nombres y hasta las instituciones educativas donde asisten los hijos.

Con este procedimiento infunden el temor entre los pobladores y evita que estos colaboren con los miembros de la Policía y de las Fuerzas Militares que integran la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC), unidad que fue creada precisamente para combatir al grupo armado.

Para la adquisición de alimentos, vestimentas, calzados y otros elementos de primera necesidad, los miembros del EPP también usan a los mismos lugareños. De improviso llegan a algunas de las casas, donde convocan a los padres de familia, a quienes entregan una lista de lo que deben comprar, el dinero y el lugar donde deben dejar los productos, para que otros elementos de la estructura criminal los pueda recoger y trasladar en hombros hasta la base.

Por supuesto, estos movimientos llegan a oídos de los investigadores uno o dos meses después, cuando se comenta el caso en una ronda de tragos o tereré de los protagonistas. Por ello, los expertos insisten en que la infiltración de hombres en el entorno donde se manejan los criminales es la única forma de ubicarlos y emboscarlos con éxito. Sin embargo, esto requiere de mucha inversión y tiempo, a más de las voluntad del Gobierno para acabar definitivamente con la banda.

brlopez@abc.com.py

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