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En la madrugada del miércoles pasado, horas antes de la asunción presidencial, dos de los motochorros que operan en la zona mataron a la estudiante Yeymmy Naili Bareiro Aquino.
Poco antes de las 2:00, la estudiante de tercer año de odontología, quien compartía con un grupo de amigos en un concurrido bar instalado en aquella dirección, salió a la vereda para atender una llamada telefónica. En ese momento fue atacada por los criminales. Tras un corto forcejeo le dispararon un tiro para robarle el celular. La joven corrió unos pasos y cayó muerta en la calle, mientras los delincuentes escapaban con el aparato.
A partir de las 22:00 es una verdadera casualidad encontrar agentes patrullando a pie por el microcentro capitalino y mucho menos la presencia de patrulleras con las balizas activadas. Esto hace que la zona se convierta inmediatamente en refugio para los trabajadores sexuales (travestis) y de algunas mujeres que se dedican a la profesión más antigua del mundo.
Esto acarrea todo tipo de maleantes, primero los denominados “cafichos” (proxenetas), quienes las explotan a cambio de una supuesta protección, y luego los clientes, que en la mayoría de los casos acuden a la zona bajo los efectos del alcohol y otras drogas más fuertes.
Cualquier ciudadano o un desprevenido turista ajeno a esta situación que ose dar un paseo nocturno en el casco urbano histórico de la capital, indefectiblemente será víctima de estos maleantes. En la mayoría de los casos los golpes no pasaron a más que el robo de un celular o la billetera y muchos de ellos ni siquiera fueron denunciados, a lo que hay que sumar que los aparatos nunca son recuperados, ya que en cuestión de minutos son reducidos en el mercado negro.
Supuestamente, la Policía a través del departamento Contra Delitos Económicos había implementado rigurosos controles para anular definitivamente la venta de celulares robados, pero los hechos demuestran que aquello es mentira. Si ahora están robando a mansalva los celulares y hasta matan alevosamente para conseguirlos, es porque tienen un lugar para venderlos o permutarlos por otra mercadería, en la mayoría de los casos drogas, específicamente crack.
Es más, vecinos de la zona denunciaron que uno de los tinglados abandonados que pertenecía a una firma fabricante de bebidas actualmente es un verdadero aguantadero de maleantes y que desde las primeras horas de las tarde es imposible pasar por las calles adyacentes, sin pagar “peaje”, desde G. 5.000 guaraníes en adelante.
En innumerables ocasiones se ha preguntado a los jefes policiales, la razón de la ausencia de los uniformados en las calles de Asunción en horas de la noche. Sin embargo, nunca dieron una respuesta clara, pero fuentes de la Comandancia señalaron que las patrulleras no cuentan con el combustible suficiente por lo que se ven obligados a parar durante la madrugada para ahorrar el carburante. Mientras que la ausencia de los agentes a pie es directamente por inutilidad o la falta de un estricto control del director de Policía.
Otra negligencia que saltó a luz tras la muerte de Yeymmy Naili es que las pocas cámaras de seguridad del Sistema 911 son de pésima calidad, ya que solo una de ellas captó el desplazamiento de los dos asesinos a bordo de una moto. Sin embargo, las imágenes captadas por las mismas no sirven para identificar a los asesinos ni la motocicleta que utilizaban para desplazarse. Ante esta situación y la falta de testigos, los agentes se encuentran con las manos vacías para emprender la búsqueda de los sospechosos.
Lastimosamente, por desidia de los organismos de seguridad, el microcentro capitalino se ha convertido en refugio de criminales en horas de la noche y madrugada.
brlopez@abc.com.py