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Un tema álgido, y sin dudas, de relevancia por muchos aspectos que afectan al derecho y a la ciudadanía que trata sobre una cuestión que, si nos detenemos a pensar un poco, viene arrastrando una situación sui generis y atípica desde hace más de setenta años, por lo menos, sin que nadie le preste una debida atención.
¿Qué es una parada de taxi? En principio es un lugar, una parcela de calle, normalmente una esquina que se diagrama y se retira del uso común del ciudadano y se destina para que una docena (promedio) de automóviles estacionen allí, en la espera de captar pasajeros que requieran de un servicio de transporte diferente al bus común. Esta parcela de calle tiene una dimensión aproximada de 60 m de largo por 3 m de ancho.
Son las municipalidades las instituciones que tienen la potestad de asignar y otorgar la licencia o el permiso de uso para que los automovilistas interesados puedan explotar el servicio de las “paradas”.
Para tener una noción de la extensión de la lonja de calle desafectada o “privatizada” podemos usar como parámetro las estadísticas del municipio de la capital. En Asunción existen 79 paradas autorizadas por la Municipalidad, y cada parada cuenta con un promedio de 12 a 15 lugares de aparcamiento para los auto-taxis. Conforme al promedio indicado, en Asunción estarían operando 1.200 taxistas aproximadamente. Estas cantidades se replican, a nivel escala, en cada ciudad y municipio acorde al tamaño y a la población de cada una de ellas.
Hay que tener en cuenta que el número de taxistas, en la realidad, se duplica considerando que por cada sitio de parking o parada se cumplen como mínimo dos turnos de trabajo.
Estas folclóricas paradas existen desde 1950, o incluso antes. Una crónica periodística cuenta que en 1955 el entonces presidente Alfredo Stroessner mandó apresar a 4 taxistas de la Parada de Taxi N° 1, ubicada en Colón y Benjamín Constant, cerca del Palacio de López, por un episodio de celos o, vulgarmente, de cuernos, por culpa de China’i, una linda amante adolescente del dictador.
¿Bajo qué figura jurídica podríamos encuadrar la “parada de taxi”? En mi opinión, tiene mucho parecido con una concesión de servicio público municipal, figura con la que puede asimilarse; con la diferencia de que en este caso las asignaciones no se efectúan por licitación; y los concesionarios o beneficiarios de las paradas no pagan ningún canon al municipio; lo que significa que reciben un privilegio en forma gratuita.
¿Por qué los beneficiarios de las paradas no abonan al municipio canon o estipendio alguno? Una pregunta difícil de responder desde una óptica ortodoxa. Sin embargo, conociendo la idiosincrasia paraguaya se puede arriesgar una explicación. Al principio, a mediados del siglo pasado, durante la dictadura de Stroessner, los intendentes municipales, las calles, las paradas de taxi y los conductores eran designados por el Presidente, en forma directa, indirecta u oblicuamente, como se quiera, pero la orden venía de una sola dirección.
Entonces, no cuesta entender que las paradas eran funcionales a su época y respondían a las necesidades del poder político omnímodo que, por entonces, regenteaba nuestro país. Los pyragüés conformaban una institución parapolicial de inteligencia muy respetada y requerida en los tiempos de la dictadura; por lo que no ha de extrañar que un alto porcentaje de los taxistas beneficiarios de las paradas existentes fuesen elegidos por los estafetas del ejecutivo, con el propósito de controlar y delatar a posibles conspiradores y conspiraciones.
Posterior a la caída de Stroessner, la cuestión política se diluye, sin desaparecer del todo, y las asignaciones de paradas y taxistas se determinan con el aditamento de una condición más: la conveniencia económica. Como siempre, en las decisiones humanas, y en este caso respecto de bienes públicos, que por ser de todos son ajenos al patrimonio de los políticos, son decisiones tomadas en base a los dos elementos simbióticos que engendran toda corrupción: la política y el dinero.
Si antes, en la época de Stroessner, la parada se creaba para establecer puestos de vigilancia de los “pyragüés”, en su mayoría, ahora, en la actualidad, desaparecida esa causa las designaciones y privilegios se establecen por el maridaje del contubernio político-económico entre intendentes, concejales y taxistas. Entre otras cosas, jurídicamente muy raras, los taxistas pueden negociar y transferir por contrato privado sus puestos, casi como si se tratase de un título endosable.
El taxista adquiere un puesto en la parada, para lo cual compromete tres cosas a favor del intendente o concejal que lo apadrina, uno: su voto y el de su familia en tiempos electorales, dos: su móvil para el traslado de votantes y tres: un porcentaje determinado por el valor de la parada, a ser pagado periódicamente o cada vez que se efectúa un cambio de permisionario. Un puesto en una “parada” en la terminal, en el Aeropuerto, en el Shopping del Sol o Mcal. López puede llegar a costar 50.000 dólares, lo cual se publica orondamente en los periódicos locales.
Por último, digamos que por resolución municipal, las paradas pueden ser transmitidas mortis causa por vía de sucesión a los herederos de los privilegiados titulares de dicha concesión graciosa. Con esto terminó por completarse la privatización infame de los mejores sectores de las calles públicas del país, en beneficio de unos pocos y detrimento del pueblo en general. Cosa a la que los paraguayos, lastimosamente, ya estamos más que acostumbrados… resignados.
*Abogado, periodista y docente universitario.
carlospascottini@hotmail.com