Robot vs. Abogado

La inteligencia artificial como herramienta no puede envilecerse sirviendo para impulsar proyectos que provoquen perjuicios innecesarios a la persona humana, ya que se supone que los artefactos y maquinaciones tecnológicas son arbitrados para su servicio y bienestar. En este caso, si bien la tecnología permite la posibilidad y hasta la conveniencia de sustituir alrededor de un 40% de la mano de obra humana, dentro del ámbito jurídico, considero que no hay necesidad –ni derecho– de ocasionar un desempleo galopante de forma tan dramática.

Robot vs. Abogado
Robot vs. AbogadoArchivo, ABC Color

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Habría que ver opciones, alternativas, compás de tiempo, planes de intercalación y utilización híbrida de los talentos humanos, armonizándolos junto con la velocidad eficiente de las máquinas, sin que el sentido de conveniencia y utilitarismo se impongan como criterio único para relegar y desplazar al hombre de sus labores, de buenas a primeras.

Transfiguración y reivindicación:

Desde otra óptica, la cibernética y la robótica aplicadas al Derecho promueven consecuencias benéficas indiscutibles. Entre ellas, la de provocar una obligada transfiguración del perfil del abogado tradicional que, a partir de ahora, ya no puede, ni aunque quiera, desobligarse de la transformación de los usos y costumbres devenidos con el internet, los ciber oficinas, el skype, las teleconferencias, las bibliotecas universales abiertas y gratuitas, los foros de interconsulta, los ultra archivos, la jurisprudencia digital, etc.

El robot o la máquina inteligente, en una de sus tantas imbricaciones, tiene la facultad de transfigurar al abogado, en su forma de ser y en su forma de trabajar.

Le da instrumentos más precisos, veloces y económicos que potencian su rendimiento; gracias a la tecnología el abogado y el sistema de justicia ahorran tiempo, dinero y se vuelven más eficientes. En un salto de calidad formidable.

Sería un absurdo negar u oponerse a los beneficios que son generados por la utilización de la tecnología en el mundo jurídico, tal cosa es impensable.

¿Para qué la oficina si la reunión puede hacerse dentro de una tablet o una laptop?; ¿para qué el courrier o el ujier si la notificación llega al segundo por vía internet o wsap?; ¿para qué ir al Registro Público si todos los oficios y trámites pueden hacerse digitalmente desde un ordenador o un celular? ¿para qué el traje si la mayor parte del trabajo ya lo hacemos sentados en el sillón de nuestras propias casas, con short, remera y tereré al lado?

La imagen adusta, elegante e intimidante del abogado de antaño (antaño de hace apenas 20 años ) enristrado en un impecable traje obscuro ha perdido vigencia, ya no tiene el valor ni el efecto de antes, la imagen, gracias a la moda tecnológica, ya no importa tanto como el now how, el saber hacer, ahora importa más la inteligencia, la rapidez mental y la capacidad argumentativa para crear las mejores razones frente al contrincante, porque la información y las bases estadísticas de procesamiento de datos, así como la bibliografía obligatoria están prácticamente a la libre disposición de todos.

Este encumbramiento posicional de la inteligencia en contra de la simple apariencia es un logro no menor que nos muestra un camino ascendente de autenticidad y mejoramiento del abogado y del Derecho en sí; siendo, además, una clara demostración de que los cambios tecnológicos no solamente producen un efecto de transformación modal u operativo, sino que también, esencialmente, consiguen reivindicar a los verdaderos profesionales de los que nada más vestían como ellos.

(*) Abogado, periodista y docente universitario.

carlospascottini@hotmail.com

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