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En una noticia reciente plataformas de internet y periódicos digitales dan cuenta que en junio de este año el país balcánico de Eslovenia ha tomado la decisión de aplicar, por primera vez en el mundo, la inteligencia artificial robótica, suplantando a los humanos, en el delicado papel de juez; en un principio limitado a los ciudadanos conectados a la base digital de datos nacional (1.300.000 personas) y a causas de índole estrictamente documental, y de un valor que no supere los 7.000 euros, que en moneda nacional hacen 46 millones de guaraníes aproximadamente.
En un aparte, significativo, hay que ponderar que el líder gubernamental de este proyecto esloveno es un joven contratado por el Gobierno llamado Ott Velsberg, de apenas 28 años.
Esto marca el inicio de la verdadera revolución en el marco de la ciencia de la jurimetría. Se abren las puertas de una justicia que empieza a perder su contenido y dirección, hasta ayer, exclusivamente humanos. A partir de esto, por cierto, se produce el desbande de una serie de circunstancias y conflictos en el orden ético; brotan a la superficie muchas interrogantes que todavía no tienen respuestas y que varias ni siquiera fueron formuladas.
¿Están los robots de inteligencia artificial capacitados para discernir los matices no tangibles de un caso, por más que este sea estrictamente documental o cartulario?
¿Es admisible, moralmente, que seres creados artificialmente, sin ánimo ni responsabilidad, tengan el poder de dirimir causas humanas?
¿Cómo haría un juez-robot, por ejemplo, para apreciar y determinar la gradación de la culpa en casos donde estén en juego responsabilidad por daños y perjuicios?
Es mi parecer, para asumir una necesaria posición al respecto, que los robot-jueces carecen de dos factores fundamentales que, a su vez, son cualidades inmanentes y muy relevantes que forman parte y deben distinguir a todo buen juez: de creatividad argumentativa, porque sus fallos, obligadamente, son esclavos de predicciones meramente estadísticas, por lo que, en casos atípicos –que no son muchos, pero sí existen–, la sorpresa del elemento fáctico novedoso, producirá fatalmente un error en la máquina juzgadora. Y, por otro lado, carecen del sentido de la aequitas, la vieja equidad diseñada por los jurisconsultos romanos, que como bien se sabe, es un principio de rectificación, moderación e incluso reforma del concepto estricto de justicia, cuando los matices y las condiciones causales así lo ameriten; y bien sabemos, que ninguna máquina tiene la capacidad de ir más allá de su fuente de datos, por lo que se vuelve ciego respecto de aquello que por naturaleza son cosas extrasensoriales o intangibles.
La ética robótica:
El robot o la máquina no asusta ni daña, no tiene malicia ni moral, el que puede hacerlo es el hombre. Por eso, ¿lo que hay que saber es qué hará el hombre con su abogado robot? Todas las cuestiones éticas solamente inquieren y replican a la creatura de carne y hueso, no al artificio cibernético. Las preguntas que nacen con la aparición sofisticada y pomposa del ciborg advocatus machina, la incertidumbre y el temor que genera deben canalizarse dirigiéndolas para que las responda su creador y empleador: los humanos.
Las implicancias éticas afloran apenas se pone sobre el tapete el análisis del tema de la robótica y el uso de la tecnología, no ya como simple complemento o asistencia secundaria, sino como elemento sustitutivo del ser humano, en este caso del abogado.
La justicia es uno de los valores cardinales de la humanidad, merece por ende un tratamiento y una defensa prioritaria, de primer orden, lo cual genera para todos, pero especialmente para nosotros los abogados, una obligación de responder con claridad a la problemática, las consecuencias y los cambios que serán impuestos –sin vuelta atrás– por el avance tecnológico.
La tecnología es un auxiliar y una poderosa herramienta al servicio del hombre, en todos los campos y rubros en los que este trabaja, y debe ser visto como tal cosa, como un asistente valioso, cuyo aporte y beneficio deben optimizarse con base en una estrategia inteligente, eficiente y, encima de todo, humanizante.
La ciencia debe estar claramente a favor del bien de la humanidad y no convertirse en su enemiga.
(Continuará)
(*) Abogado, periodista y docente universitario