La sopa inglesa

Podríamos decir de ella que es “una tana aporteñada”. Así la describe Rocío Areal, la pluma detrás de los textos del sitio pulperiaquilapan.com, que rescata todo tipo de anécdotas del pasado porteño, y que escribe así sobre este postre que durante años fue el gran final de una cena con “moscato, pizza y fainá”.

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Se las ingenió para cruzar el Atlántico y no morir en el intento. Y vaya si ha sobrevivido. Es que, lejos de perderse en el camino, esta signorina de las sobremesas ancló en suelo porteño para reinventar su esencia y escribir su propia carta de ciudadanía. Enseguidita se acopló a los paladares nacionales y hasta hizo buenas migas con tres viejos conocidos: deambulando por las agitadas noches porteñas, la pizza y la fainá supieron ahogar su sed en las dulces aguas del moscato, y nuestra protagonista fue más que bienvenida a aquellas mágicas veladas. Por cierto, bien dispuesta a coronar las sabrosas comilonas que sus coterráneos supieron componer. Es que la sopa inglesa nada entiende de calditos y pucheros. Lo suyo es la crema y el dulce de leche. Al menos, desde su arribo a estos pagos nacionales. Pues cuando aún no había cruzado las fronteras de la bella Italia, la historia era bien distinta.

Otra cosa mariposa

Cual digna receta de la nonna, la sopa inglesa (o zuppa inglese) supo ser habitué de las cocinas italianas por generaciones y generaciones. Apilando sabor, este consistente postre a base de bizcochuelo contó con generosas cantidades de crema pastelera y crema de leche, siempre acompañadas por frutos rojos y desbordantes por entre cada capa esponjosa masa dulce. Aquella que, lejos de sequedad alguna, bañaba su superficie con marsala o rhum, también conocido como ron. 

¿Qué tal? Cuadradita y chiquitina, cada porción de sopa inglesa era una verdadera bomba y un inmejorable modo de aprovechar las sobras de pasteles elaborados en aquellos remotos años. 

Es que la sopa inglesa tiene larga data: floreció en suelo italiano allá por el siglo XIX, pero su origen nos remonta a la Inglaterra del siglo XVI, a la llamada época isabelina (a raíz del reinado de Isabel I). En aquel entonces, allí tenía alta vigencia el famoso trifle, un postre elaborado a partir de la superposición de masa de bizcocho, crema y frutas. Así que inspirándose en esta preparación fue que los tanos apodaron de “inglesa” a su propia receta. Ahora bien, tratándose de un plato dulce, ¿por qué ha sido llamado sopa? El menjunje semántico se originó a partir de la misma elaboración: la voz italiana inzuppare significa “embeber” o “remojar”, y como el bizcochuelo que compone el postre se moja en alcohol, pues allí surge el término zuppa, que significa “sopa”. ¡Qué lío!

Ni inglés ni italiano. Existe la versión de que la sopa inglesa es creación de los franceses, quienes la inventaron durante la Guerra de los Cien Años y le adjudicaron tal nombre para burlarse de sus enemigos de turno. Sin embargo, la receta brilla por su ausencia en la gastronomía de la época. ¿Puro cuento?

Con acento porteño

¿Cómo no habría de existir entonces una sopa inglesa en versión argenta? Tras haber cruzado el charco de la mano de los inmigrantes, cambió el rhum por el moscato –de allí que frecuentara, y aún hoy, las pizzerías porteñas– y la europea crema pastelera por el nacional y popular dulce de leche. Aunque, a decir verdad, admite tantas versiones como la imaginación lo disponga. 

Desde aquí, les compartimos la típica receta de sopa inglesa argentina, aquella que, tan simple como sabrosa, ha sabido endulzar las noches de la bohemia y farándula porteña y hasta los mediodías de más de un agitado transeúnte.

La sopa inglesa

Bizcochuelo:

6 huevos

1 taza de azúcar (200 g)

1 cdita. de esencia de vainilla

1 ½ taza de harina 0000 más 2 cdas. (20 g) 

Pizca de sal

Para la crema pastelera:

4 yemas de huevo

150 g de azúcar impalpable

500 cc de leche 

1 limón (la cáscara)

60 g de fécula de maíz

Para el almíbar:

100 g de azúcar

150 cc de agua

20 cc de ron

20 cc de Moscato o vino dulce blanco

Para el armado y la cobertura:

200 g de mermelada de duraznos

200 g de crema chantillí

Algunas frutas abrillantadas

Dulce de leche (opcional)

1. Bizcochuelo. 

Poner en el bol de la batidora los huevos y el azúcar. Batirlos durante 15 min o hasta que la preparación esté a punto letra o punto cinta. Retirar de la batidora y agregarle la vainilla. Cernir la harina y la sal. Incorporar suave y en forma envolvente a la preparación anterior. Enmantecar y enharinar los bordes solamente de una placa de horno de 26 cm de diámetro. El fondo de la placa forrarla con papel blanco sin enmantecar. Verter la preparación y llevar a horno moderado, precalentado a 180 °C durante 30 min o hasta que al introducir un palito de brochette en el centro este salga limpio. Retirar del horno, esperar unos minutos y desmoldar. Dejar enfriar bien.

2. Crema pastelera.

Batir el azúcar con las yemas hasta que se blanqueen y el azúcar se disuelva, diluir la fécula de maíz en un poco de leche tibia y agregarla a la mezcla, agregar el resto de la leche, la cáscara de limón y cocinar sobre fuego lento, revolviendo continuamente con cuchara de madera, llevando hasta 85 °C como máximo. Sacar la cáscara de limón y dejar enfriar.

3. Almíbar.

Llevar a ebullición el agua y el azúcar, dejar enfriar y agregarle los licores cuando esté frío.

4. Armado.

En un bol o copa grande de presentación, poner una capa de bizcochuelo y humedecerlo con el almíbar. Colocar una capa de crema pastelera, una capa de mermelada o dulce de leche, y cubrir con otra capa de bizcochuelo, humedecerlo bien con el almíbar, agregar una capa de crema y otra de mermelada o dulce de leche, terminar con otra capa de bizcochuelo y humedecerlo bien. Cubrir con crema chantillí en copos y esparcir algunas frutas abrillantadas. Llevar a la heladera. Se recomienda servirla al día siguiente.

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