La maravillosa flora intestinal

La madre naturaleza lo ha previsto ya todo: un ejército de miles de millones de microorganismos que pueblan el colon, que día y noche lo protegen y limpian impidiendo que las bacterias y levaduras dañinas se desarrollen e invadan la zona. Los microbios del intestino son muy numerosos; hay hasta cien veces más que células tiene el cuerpo, es decir, unos 100 millones de millones (¡14 ceros!). Este inmenso ejército recibe el nombre de “flora intestinal” o “microbiota”. Y cada persona tiene su propia flora intestinal, tan personal como su huella dactilar.

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Utilizar el término “flora” aplicado al intestino puede chocar, pero lo cierto es que hace referencia al número de especies de bacterias y levaduras (200 tipos como mínimo) que ahí cohabitan, como ocurre en los jardines botánicos. Cuidar su propio jardín es responsabilidad de cada persona; resembrarlo con frecuencia, eliminar las malas hierbas, abonarlo… o bien abandonarlo. En este último caso, lo que era un bonito jardín rápidamente se convertirá en un horrible y nauseabundo vertedero, refugio de especies nocivas que pueden provocar enfermedades.

Si tenemos un tubo digestivo mal cuidado, poblado de bacterias y hongos oportunistas y patógenos, contaminado por alimentos mal digeridos, corremos el riesgo de que se quede atascado por materia fecal tóxica. Esta situación puede provocar desequilibrios y trastornos de distinta gravedad.

En concreto, se puede sufrir estreñimiento habitual, gases, diarreas, inflamaciones de distinta índole, alteraciones en la piel, cambios de humor o enfermedades más graves, como una colopatía funcional, una diarrea sangrante e incluso cáncer de colon.

Un intestino sucio conlleva el riesgo de tener un sistema inmunitario deficiente. Se es más vulnerable ante enfermedades infecciosas e inflamatorias relacionadas con el aparato digestivo, respiratorio, urogenital, etc. Además, tener el colon “enfermo” también es un factor desencadenante de trastornos emocionales. Poca gente lo sabe, ni siquiera todos los médicos, pero las células del intestino producen el 80 % de la hormona del buen humor (la serotonina) que se encuentra en el cuerpo. De alguna manera, el intestino es nuestro “segundo cerebro”, así que tenemos que cuidarlo muy bien.

Los malos olores no son normales

La función principal del colon es fermentar los alimentos que no se han digerido completamente para extraer los últimos nutrientes y hacer que pasen a la sangre. Cuando el colon está sano y funciona bien, solo quedan residuos inutilizables que se evacuan con regularidad, y que no desprenden mal olor.

Por el contrario, en presencia de bacterias y levaduras nocivas, el tránsito se altera produciendo estreñimiento o diarrea y los residuos alimentarios huelen mal. Además, cuando se tiene una mala digestión, aparte de ser desagradable en sí mismo, nuestro organismo no puede extraer los nutrientes de la comida de manera satisfactoria. Si no se hace nada al respecto, se puede llegar a tener déficit nutricional, o incluso carencias.

La flora nociva produce también gas carbónico, metano e hidrógeno en abundancia. Y los gérmenes se extenderán hasta provocar bolsas de gas a lo largo del colon, generándonos la sensación de que vamos a estallar. Las flatulencias y gases no tienen nada de gracia. Indican una mala digestión y también que el colon necesita ayuda. Este círculo vicioso se origina por la falta de bacterias “buenas”, beneficiosas para la salud, que favorezcan la digestión. Hoy en día hay una gran oferta de productos, más o menos fiables, que sirven para limpiar el tubo digestivo. Pero el intestino no es ni una chimenea que haya que deshollinar, ni una tubería que haya que desatascar. De hecho, es más delicado, y a la vez mucho más sencillo.

Algunas de las bacterias presentes en la flora intestinal tienen un efecto positivo para la salud y para la vida en general: por ese motivo, los científicos las han bautizado como “probióticas” (beneficiosas para la vida). Estimulan el sistema inmunitario, reducen las alergias y alivian la inflamación del intestino. También impiden la producción de toxinas susceptibles de sobrecargar el hígado, mejoran el tránsito intestinal, disminuyen las flatulencias y previenen los trastornos digestivos (estreñimiento o diarrea).

Pero existen otras especies oportunistas o patógenas, susceptibles de originar problemas de salud de todo tipo, entre ellos alergias, micosis y hasta alguna enfermedad. El reto es el siguiente: tenemos que favorecer la proliferación de bacterias beneficiosas mediante la implantación de especies favorecedoras de bacterias saludables y el uso del “abono” adecuado. Y, al mismo tiempo, debemos impedir que se desarrollen las especies patógenas, origen de enfermedades. Si se toman todas estas precauciones, la microflora protectora se reequilibrará ella sola, siempre y cuando nuestra alimentación y nuestra forma de vida se lo permitan, ya que son los dos medios más poderosos que tenemos para recobrar la salud.

Fuente: www.saludnutricionbienestar.com

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