El huevo de Pascua

Un elemento infaltable en la Pascua es el tradicional huevo de chocolate, relleno con confites y algunas sorpresas. Sin embargo, no siempre los huevos fueron de chocolate, sino verdaderos huevos decorados con bonitos diseños.

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Entre los siglos IX y XVIII, la Iglesia prohibió el consumo de huevos durante la Cuaresma por considerarlos equivalentes a la carne, por lo que la gente los cocía y los pintaba para diferenciarlos de los frescos y así poder consumirlos el día de Pascua de Resurrección. Como la conservación de los huevos durante la Cuaresma era problemática –no había heladera–, lo habitual era bañarlos en cera líquida. Así, la fina capa protectora que los cubría permitía mantenerlos más frescos. De ahí vino la costumbre de colorearlos y decorarlos con ceras. El Domingo de Pascua se levantaba la veda y, con gran alegría de todos, en especial de los niños, salían al campo para recogerlos, entonando cantos de aleluya. Con el tiempo, la Iglesia levantó el veto al huevo, pero eso no impidió la costumbre de celebrar la Pascua consumiéndolos y regalándolos. Costumbre que ha perdurado hasta hoy, y con mayor auge en los países del este y centro de Europa.

Huevos decorados

La ornamentación de huevos era principalmente realizada por clases altas o de mayores recursos, que enceraban y pintaban los huevos creando muchas veces verdaderas obras de arte. Esta tradición se mantiene hasta hoy en día; en algunos países europeos, los huevos se decoran el Jueves Santo y se rompen el domingo. La cáscara representa la tumba en la que Jesús estuvo sepultado, y es por eso que el huevo se quiebra el Domingo de Pascua, pues Cristo resucitó y salió de su sepulcro.

Los huevos de Pascua eran de gallina y de pato, y les eran regalados a los chicos durante las celebraciones. Al tiempo, los cristianos comenzaron a obsequiarse huevos con regalos durante la Semana Santa y, al principio el siglo XIX, en Alemania, Italia y Francia, aparecieron los primeros huevos hechos con chocolate, con pequeñas sorpresitas adentro.

Hay huevos famosos, unos por su gran tamaño, otros por su originalidad. Como el que le obsequió Luis XV a Madame du Barry, que estaba completamente recubierto de oro. Un caballero de la corte exclamó: “¡Si lo comes pasado por agua, yo guardaré la cáscara!”. El rey también obsequiaba entre sus cortesanos huevos pintados o grabados. Watteau, Lancret y Boucher llegaron a realizar en ellos verdaderas obras de arte. En el Museo Lambinet, en Versailles, se encuentran dos huevos que se consideran una maravilla y que fueron regalados el día de Pascua a Madame Victoria, tía de Luis XVI.

Rápidamente los pasteleros comenzaron a elaborar los huevos de Pascua utilizando distintos ingredientes. Primero fue el azúcar, luego el chocolate. De hecho, la Semana Santa es la época del año en que se vende más chocolate en todo el mundo. El primer huevo de Pascua de chocolate del que se tiene referencia fue el que envió el emperador francés Napoleón II a Eugenia de Montijo, esposa del embajador de España, en el siglo XIX.

Otra costumbre de antaño que se mantiene es la de esconder los huevos de Pascua en los jardines de las casas. Después de la misa del domingo, los chicos salen a buscarlos. En los jardines de la Casa Blanca (en Washington), el día de Pascua se desarrolla una singular carrera de chicos que hacen rodar los huevos: gana quien llegue más lejos y sin romperlos.

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