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Perrito
Mario Halley Mora
― ¡Cuidado, Perrito! ―con voz de miedo.
El perrazo miraba a aquel enano con ojos curiosos. Perrito temblaba de miedo mientras el enorme hocico frío le olisqueaba concienzudamente el trasero y unas enormes patas musculosas se alzaban en torno a él como columna de una catedral viva y terrorífica.
Perrito y el niño quedaban quietos, temblorosos ante aquel bravo manojo de músculos, nervios y colmillos. Los dos suspiraron aliviados cuando el perrazo dio por terminado su examen y dejaba pasar a Perrito, que se alejaba lentamente.
¡Y a correr de nuevo!, lejos del perro aquel que después de todo era un buen perro.
Hasta irrumpir en la casa, con la divina suciedad del ancho mundo en las patas y en el calzado, aterrorizando la virginidad de pisos y alfombras hasta el cálido suntuario de vivos perfumes de la cocina.
¡Cómo resbalaba la lengua golosa sobre la manteca! ¡Cómo se deshacía la miga blanca bajo los colmillos de juguete! ¡Qué delicioso el crujido de la costra tostada, mientras la panza se enfriaba dulcemente sobre las baldosas del piso! […]
Aquel día, cuando el rayo de sol de todas las mañanas entró por la ventana a dar los buenos días a los dos, solo Perrito respondió como acostumbraba, saltando de la cama ancha y blanda del «Amo chico».
Fue a la cocina a esperarlo, pero esperó en vano. La rutina se había roto y empezó otra rutina nueva y extraña: el «Amo grande» no fue al trabajo con su portafolios oloroso de cuero y de sudor bajo el brazo. Hablaba por teléfono, discutía en voz baja mirando la habitación donde el «Amo Chico» seguía durmiendo su sueño extraño, que siguió durmiendo hasta que se fue dormido en aquella caja blanca y llena de flores, en aquellos automóviles negros.
Y no volvió. Volvieron solo los «amos grandes» trayendo una gran tristeza que se quedó en la casa.
Perrito no pudo soportar la presencia de aquella tristeza intrusa en la casa y salió a buscar al niño en calles y plazas. A lo largo del galope circular de los caballitos de madera, descubrió el olor del «Amo chico» pero no lo encontró a él. Y siguió buscando y buscando por las calles, hasta que lo atrapó el hombre de la cuerda.
La gran tristeza de la casa había venido tras él, prendida a su cola. Por eso estaba triste, en su jaula de alambres. Hombres enormes venían y se llevaban a los otros perros hacia el cajón de olor agrio del fondo. Luego le tocó a él.
Se alegró del cariño del hombre que, con ternura infinita, lo llevó también hacia el feo cajón del fondo donde, pronto, se durmió.
Cuando despertó, ya no quedaba pegado en su hocico ese olor insoportable. Estaba en una pradera verde, donde había hierba húmeda y brillante y fuentes de agua fresca, y… y… y...
― ¡Perrito! ¡Perrito!
¡El «Amo chico»! Perrito salió disparado hasta encontrarlo y humedecerle toda la cara con su lengua cariñosa.
Y después, los dos, amo y perro, se fueron corriendo juntos, a través de aquel prado verde y grande, grande, grande…
Tan grande como el cielo.
Sobre el libro
Título: Perrito
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector