Tío Néstor cocina los viernes
En mi casa somos muchos. Entre chicos y grandes llegamos a 10. Mi abuela y mi abuelo, mis padres, el tío Néstor (que se quedó sin trabajo y no le alcanza para vivir solo) y nosotros: mis cuatro hermanos y yo.
En casa todos hacemos algo, quiero decir, además de estudiar o trabajar (o buscar trabajo, como mi tío Néstor).
Tenemos tareas fijas: las personales y las familiares. Las personales son las que cada uno hace para sí mismo como tender la cama, lavar la ropa chica o poner los cordones en las zapatos. Las familiares, en cambio, son las que cada uno tiene que hacer para los otros. Mi abuela —por ejemplo— cocina. Mi papá lava los platos, mi mamá limpia, el tío Néstor plancha, yo pongo la mesa, entre otros.
Nuestra organización es perfecta, como se ve. Hoy, sin embargo, tenemos que resolver un problema. Un serio problema familiar.
Resulta que el tío Néstor, muy agradecido de poder vivir en casa, pidió que lo dejáramos hacer para la familia algo más que planchar (eso le parecía poco), y como a nadie se le ocurría qué decirle, él mismo eligió su quehacer: se puso de acuerdo con la abuela para preparar la comida una vez por semana y desde entonces cocina los viernes. De esto, ya va para un mes.
Al principio la idea nos pareció genial. Que el tío Néstor cocinara los viernes le daría un descanso a mi abuela de manera que no había razón para oponerse. Hasta que llegó el primer viernes, claro, y empezamos a cambiar de opinión. El pobre confundió la sal con el azúcar y sirvió un puré de papas tan dulce que casi se vuelve merengue. Para no ofenderlo hicimos lo posible por tragar esa pasta y el tema no fue más allá.
El viernes siguiente la cosa se puso más seria. El tío confundió las ciruelas con los tomates, las piedritas del gato con el arroz, las lentejas con los granos de pimienta y cuando probamos el guiso y mi abuelo se desmayó.
La cosa se fue agravando hasta que ayer a la noche pasó lo peor. En vez de orégano el tío puso yerba en la pizza y cuando mi mamá la mordió tuvo que ir corriendo al baño y no pudo salir hasta hoy.
Ahora estamos todos reunidos —menos el tío— pensando qué trabajos ofrecerle en la casa para que no se deprima. Vamos a decirle que lo necesitamos mucho para otras tareas así vuelve a cocinar mi abuela. La mejor idea que tuvimos hasta el momento es proponerle que elija buena música para escuchar cuando comemos, sobre todo a la noche. Otra posibilidad es encargarlo de las flores, que siempre haya un jarrón sobre la mesa. O de los chistes, que a él tanto le gusta contarnos. Aunque ahora que lo pienso no hay nada como la verdad: ¿qué tal si le decimos que nos encanta que viva con nosotros? Pero eso sí: que se haga ver de la vista, ¿no? O se consiga unos anteojos.
Schujer, Silvia. El tesoro escondido y otras fotos de familia. Alfaguara.