Un legado de la filosofía oriental

Más allá del Gor, había un pueblo donde todos los habitantes eran ciegos. Un rey extranjero, con su cortejo, llegó cerca del lugar, trajo su ejército y acampó en el desierto.

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Tenía este poderoso rey un gigantesco elefante que usaba para atacar e incrementar el temor de sus enemigos. La población imaginó de mil formas al animal hasta que algunos intrépidos decidieron ir a su encuentro. Cada uno quería ser el héroe salvador y no estaban dispuestos a compartir ese privilegio. De modo que se marcharon en forma separada y procuraron no ser seguidos.

Como ninguno conocía el aspecto del elefante, al llegar a él tantearon su cuerpo, con la certeza de poder describirlo sin error. Una vez hecho esto, a toda prisa se dirigieron a su pueblo para adelantarse a sus contrincantes, pero llegaron casi a la par. En el pueblo, su rey y toda la vecindad aguardaban esperanzados el relato de los arriesgados exploradores.

Un elefante es una cosa grande, rugosa y chata como una alfombra, que se agita continuamente provocando ventarrones, dijo quien había palpado la oreja del animal.

¡Te equivocas por completo!, dijo quien tocó la trompa. Alguien logró engañarte, pues yo lo toqué con estas manos y puedo asegurar que la bestia no es chata ni ancha, sino alargada, flexible y fuerte como una poderosa serpiente que fabrica el viento.

¡Habladurías!, comentó el tercero que logró acercarse a una de las patas. Un elefante no es flexible sino rígido, y rugoso como una gran columna, y, al caminar, todo lo aplasta bajo esas torres infernales. ¡Ese es el verdadero secreto!

¡Mienten los tres!, dijo el cuarto hombre que tocó sus colmillos. Ciertamente es rígido, pero para nada rugoso; y también es alargado, pero no parece una serpiente ni genera viento. Más bien se asemeja a una lanza curvada, capaz de atravesar cualquier cosa.

El rey y los ciudadanos quedaron perplejos ante las contradicciones de los informantes. Nadie sabía a ciencia cierta a quien creerle, mientras los cuatro discutían y aseguraban saber cómo defenderse de la bestia. Lo cierto, como te habrás dado cuenta, es que todos tenían una parte de razón; pero por intentar competir entre ellos, ningún habitante de la ciudad que está más allá del Gor pudo saber jamás cómo era un elefante en su totalidad.
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