Simbad el marino (5)

¿Qué harías en el caso de que te encuentres con un monstruo parecido al de nuestra historia? Veamos lo que sucede.

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Atrapó a Simbad y a sus acompañantes, los metió en lo que, para ellos, era una enorme bolsa, como si fueran frutas, y los llevó a una cueva.

Allí los puso en un corral, después de tocarlos bien uno a uno, como se toca una fruta para ver si ya está madura.

Había también en el corral un rebaño, de unas diez ovejas, que el gigante llevaba de una a la hora del desayuno, almuerzo, de la merienda y cena.

Y cada vez que venía, palpaba a Simbad y sus compañeros, como si probara su grado de maduración.

Como después de dos días ya quedaban solo dos ovejas, los prisioneros se imaginaron lo que iba a pasar con ellos cuando estas desaparecieran.

Y como no le hacía ninguna gracia servir de desayuno, almuerzo, merienda o cena del gigante, aunque estaban muertos de miedo, pusieron una trampa al monstruo y algunos pudieron escapar.

Entre ellos, Simbad; quien, en la huida, se perdió del grupo de sus compañeros, a quienes nunca más volvió a ver.

Durante meses vagó por la selva escondiéndose de los gigantes que la habitaban y de unas enormes víboras que se comían elefantes como si fueran aceitunas.

Al fin llegó a la playa y vio a lo lejos, en el mar, un barco al que hizo señales de socorro.

Acudieron a recogerlo y… ¿a que no saben qué barco era y quién era su capitán?

Sí. Simbad recuperó sus mercaderías que, vendiéndolas, le hicieron volver más rico a su casa.

Volvió a hacer un cuarto viaje, luego de un tiempo de pasar con su familia, sus amigos y nuevos pobres a quienes ayudaba.

En este viaje, naufragó y llegó a un lugar donde unos seres, que parecían muy amables, engordaban a los viajeros que aparecían por ahí, con unos alimentos que los dejaban permanentemente atontados… ¡para comérselos después!

Simbad que, sospechó algo, se abstuvo de comer y pudo escapar.

Luego de mucho andar, se encontró con unos hombres que quedaron sorprendidísimos al escuchar sus aventuras y que había podido escapar.

Lo llevaron ante el rey para que le contara sus andanzas. Este quedó muy bien impresionado con Simbad, que era una persona culta, educada y de finos modales.

Le dio alojamiento, mientras Simbad se puso a fabricar monturas, sillas de montar, porque vio que en ese reino todo el mundo montaba en pelo.

No conocían las monturas. Y él volvió a hacerse rico, fabricando y vendiendo sillas de montar.

Sobre el libro

Adaptación: Raúl Silva Alonso

Título: Simbad el marino

Editorial: El Lector

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