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Atrapó a Simbad y a sus acompañantes, los metió en lo que, para ellos, era una enorme bolsa, como si fueran frutas, y los llevó a una cueva.
Allí los puso en un corral, después de tocarlos bien uno a uno, como se toca una fruta para ver si ya está madura.
Había también en el corral un rebaño, de unas diez ovejas, que el gigante llevaba de una a la hora del desayuno, almuerzo, de la merienda y cena.
Y cada vez que venía, palpaba a Simbad y sus compañeros, como si probara su grado de maduración.
Como después de dos días ya quedaban solo dos ovejas, los prisioneros se imaginaron lo que iba a pasar con ellos cuando estas desaparecieran.
Y como no le hacía ninguna gracia servir de desayuno, almuerzo, merienda o cena del gigante, aunque estaban muertos de miedo, pusieron una trampa al monstruo y algunos pudieron escapar.
Entre ellos, Simbad; quien, en la huida, se perdió del grupo de sus compañeros, a quienes nunca más volvió a ver.
Durante meses vagó por la selva escondiéndose de los gigantes que la habitaban y de unas enormes víboras que se comían elefantes como si fueran aceitunas.
Al fin llegó a la playa y vio a lo lejos, en el mar, un barco al que hizo señales de socorro.
Acudieron a recogerlo y… ¿a que no saben qué barco era y quién era su capitán?
Sí. Simbad recuperó sus mercaderías que, vendiéndolas, le hicieron volver más rico a su casa.
Volvió a hacer un cuarto viaje, luego de un tiempo de pasar con su familia, sus amigos y nuevos pobres a quienes ayudaba.
En este viaje, naufragó y llegó a un lugar donde unos seres, que parecían muy amables, engordaban a los viajeros que aparecían por ahí, con unos alimentos que los dejaban permanentemente atontados… ¡para comérselos después!
Simbad que, sospechó algo, se abstuvo de comer y pudo escapar.
Luego de mucho andar, se encontró con unos hombres que quedaron sorprendidísimos al escuchar sus aventuras y que había podido escapar.
Lo llevaron ante el rey para que le contara sus andanzas. Este quedó muy bien impresionado con Simbad, que era una persona culta, educada y de finos modales.
Le dio alojamiento, mientras Simbad se puso a fabricar monturas, sillas de montar, porque vio que en ese reino todo el mundo montaba en pelo.
No conocían las monturas. Y él volvió a hacerse rico, fabricando y vendiendo sillas de montar.
Sobre el libro
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Título: Simbad el marino
Editorial: El Lector