¿Por qué debo jugar con mi hijo?

Cada periodo en el crecimiento del niño requiere distintas actitudes. Instintivamente el padre al moverle los pies al bebé, lo ayuda a practicar ejercicios; al cantarle, trata de comunicarse con él. Una vez que el niño adquiere su vocabulario propio y la fuerza necesaria para expresar sus deseos en acciones independientes, la relación entre padre e hijo tiende a ser negativa y frustrante para ambos.

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La relación

Los padres, al enseñar al niño que las negaciones tienen una razón de ser, al mostrarle como debe canalizar sus energías, estimulando su interés, le da un significado a las inquietudes instintivas del niño. El mejor modo de realizar esto es jugando.

A nuestros hijos debemos inculcarles actitudes hacia las cosas, personas, conocimientos, trabajo y una experiencia que vaya más allá que el detalle específico y que alguna habilidad.

Estas actitudes son la escala básica de la evaluación. A medida que crece, el niño puede retener o rechazar muchos valores que nosotros le inculcamos, pero aun cuando los rechaza dejan su marca.

Si el aprendizaje y la enseñanza de estas actitudes se convierten en una constante lucha y son fuente de interminables discusiones, convertirán a la vida familiar en insoportable. Si son divertidas, alegres, compartidas en relaciones diarias, la familia desarrollará su identidad y fortalecerá su personalidad. Esta identidad es cultura. Las distintas formas de cultura son expresadas en el juego del niño.

Educaremos a nuestros niños dentro de la representación de estas formas de cultura. Es menos importante preocuparse por los detalles de recetas específicas, que comprometerse con nuestros hijos en lo que parece justo, correcto y querido tanto por nosotros como por ellos mismos.

No todo el tiempo

No es práctico ni aconsejable que el padre o la madre dediquen todo de su tiempo libre a estar con sus hijos, pues el tiempo de juego con ellos debe ser eso, un tiempo bien determinado. No es bueno para el padre y peor aún para el hijo. Sin embargo, cuando estamos con nuestros hijos, en toda nuestra relación mutua debe existir una actitud de juego que sería, en realidad una relación adulta adoptada al nivel de comprensión del niño. Adoptando dicha actitud de juego podemos incorporar al niño a todas nuestras actividades diarias.

Como adultos internalizamos otros intereses aparte de la educación del niño, ya que nosotros seguiremos viviendo después que crezcan y nos dejen.

Su educación debe representar una gran parte de nuestra vida, aunque se la debe considerar, no solo en lo que es bueno para ellos, sino también en lo que es bueno para nosotros.

Los hijos permitirán a los padres continuar una vida adulta propia si se los incorpora a esa vida, mucho más que si se los mantiene apartados de ella. Mediante el juego, podemos lograr que nuestro hijo forme parte de la vida y su relacionamiento sea positivo tanto con la familia como con sus pares.

Actividad

Evalúa el tiempo que le dedicas a tu hijo y cómo compartes con él, qué intereses mantienen en común y conforme con ello, idea nuevos juegos para relacionarte y fortalecer los vínculos.

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