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La silla que ahora nadie ocupa (Colección: Interior) Evaristo Carriego
Con la vista clavada sobre la copa
se halla abstraído el padre desde hace rato,
pocos momentos hace rechazó el plato
del cual apenas quiso probar la sopa.
De tiempo en tiempo, casi furtivamente,
llega en silencio alguna que otra mirada
hasta la vieja silla desocupada,
que alguien, de olvidadizo, colocó enfrente.
Y, mientras se ensombrecen todas las caras,
cesa de pronto el ruido de las cucharas
porque insistentemente, como empujado
por esa idea fija, que no se va,
el menor de los chicos ha preguntado
cuándo será el regreso de la mamá.
Aquella vez que vino tu recuerdo
(Colección: La costurerita que dio aquel mal paso) Evaristo Carriego
La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.
Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.
Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.
«Caperucita roja» que se nos fue
(Colección: La costurerita que dio aquel mal paso) Evaristo Carriego
¡Ah, si volvieras!... ¡Cómo te extrañan mis hermanos!
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa
que todo lo sabías hacer con esas manos...!
El menor de los chicos, ¡pobrecito!, te llama
recordándote siempre lo que le prometieras,
para que le des algo... Y a veces -¡si lo oyeras!-
para que como entonces le prepares la cama.
¡Como entonces! ¿Entiendes? ¡Ah, desde que te fuiste,
en la casita nuestra todo el mundo anda triste!
y temo que los viejos enfermen, ¡pobres viejos!
Mi madre disimula, pero a escondidas llora
con el supersticioso temor de verte lejos...
Caperucita roja, ¿dónde estarás ahora?
Actividades
1. Leemos con fruición los poemas y descubrimos en su interior a qué ausencia se refiere cada uno de ellos y cómo es tratado el proceso de desenvolvimiento argumentativo.
2. Investigamos el significado contextual de ciertos vocablos utilizados en sentido metafórico y desgrana la comparación asumida en el contexto.
3. Prosificamos los poemas por separado y ampliamos el significado de cada título en consonancia con el argumento presentado.
4. Establecemos una comparación semántica de las palabras: MADRE y MAMÁ, empleados en los poemas.
5. Explicamos la intención significativa al incluir las expresiones ¡pobres viejos!, ¡pobrecito! y ¡Pobre!, en los poemas de esta página.
6. Buscamos información pertinente acerca de Evaristo Carriego y enfocamos con mayor detalle el porqué sus poemas se ubican en el límite de la tristeza.