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—Ese, ese —dijo Chilo, señalando un pajarito de pecho y cuello amarillo.
Pilo, que tenía una hondita lista para disparar, objetó:
—Ese me da lástima. Es demasiado lindo, con su vincha amarilla.
En eso se acercó don Policarpo, único vecino de los niños. Las casas de los unos y del otro estaban ubicadas en las afueras del poblado, casi lindando con un monte donde se juntaban cientos de aves de todo tipo y plumaje.
—Anína upéicha (así no, no hagan eso)
—les dijo—. Lo pajarito kuéra ko son criatura de Dio y tienen su utilidá en el mundo.
Así hablaba don Policarpo.
—Pero ese siempre anuncia desgracias, me contó mi mamá —porfió Chilo—. Por eso le iba a cazar, a pesar de que Pilo no quería porque es lindo.
—No solo e lindo. Come lo bicho que hace mal a la planta. Eso te va decir todo lo que tiene capuera. Y asegún la forma de cantar, anuncia buena noticia también —les informó don Policarpo.
A los chicos les hacía gracia la forma de hablar de don Policarpo. Aunque ya no les llamaba tanto la atención, porque se habían acostumbrado a escuchar las historias que contaba en su mal castellano, cuando se reunían con él y con sus padres a matear por la noche, junto al fogón.
Chilo, que era el más pícaro de los dos hermanos, recordando que su vecino siempre tenía alguna historia fantástica para explicar cualquier cosa, dijo para tentarle:
—Y seguro que este habrá sido un cristiano que se convirtió en pájaro porque hizo algo feo.
—Y sí. Tené razón. ¿Quiere ecuchar la hitoria?
—¡Dale, dale! —dijeron los hermanos, dirigiéndose a la sombra de un enorme ingá, donde habían dejado sus elementos de tereré.
Se sentaron sobre unos troncos y haciendo «tocorré» la guampa con el tereré, don Policarpo empezó la historia con su peculiar forma de hablar.
Es la particularidad que tiene la gente de nuestros campos: al hablar dos idiomas, el guaraní y español, a veces no pronuncian bien el castellano. (Como mi amigo yanqui, al hablar siempre en inglés, cuando lo hace en español, dice cosas como «con mi carr yo chocó», para contarme que tuvo un accidente automovilístico. Pero aquí voy a escribir bien la historia que contó don Policarpo, para que no haya confusiones).
Cuentan que, en un rancho todo destartalado, vivía una anciana cascarrabias y gritona, con sus cuatro hijas a las que tenía a mal traer.
Les daba órdenes y contraórdenes, les hacía ir y venir para que le pasaran cosas… que ella no se molestaba en levantarse a traerlas.
Sobre el libro
Título: Pitogüé
Autor: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector